La primera vez que vemos llorar a la protagonista de El porvenir, tras haber sido abandonada por su marido, ya estamos en el último tercio de película; concretamente, dentro de un autobús, en un plano detalle que no dura más de cinco segundos. Este dato aparentemente trivial es esencial para determinar la evolución del estilo de Mia Hansen-Løve, desde que debutó con su cortometraje Après mûre réflexion, doce años atrás.
Así, acompañamos a la protagonista de El porvenir (Isabelle Huppert) en su via crucis emocional durante más de la mitad del film; y, sin embargo, aun no hemos presenciado ninguna de esas típicas escenas dramáticas en que los personajes –sobre todo, femeninos– se desmoronan emocionalmente para que el espectador ratifique su sufrimiento. El nuevo largometraje de la directora parisina, especialista en contar historias sobre espíritus rebeldes que buscan su lugar en el mundo, se libera de ese tipo de dramaturgia, tan presente en sus anteriores trabajos.
En vez de acentuar la tragedia, Hansen-Løve apuesta por exponerla de la manera más austera y sutil posible: las lágrimas de Isabelle Huppert no son los llantos sobreactuados de la Lola Créton de Un amour de jeunesse. En la secuencia llorosa de El porvenir parece que la cámara se esconda, furtiva, pudorosa ante la observación de un momento tan íntimo, algo que sólo le pertenece a la protagonista. Esta madura decisión de guión y puesta en escena nos revela a una cineasta consciente del valor de uno de los actos más humanos: el de llorar cuando nadie nos ve. Este plano de apenas cinco segundos demuestra que la mayor virtud del nuevo film de la directora de Edén es su maestría a la hora de no edulcorar o sobredramatizar la vida misma.
La nueva heroína de Hansen-Løve es una mujer empujada a descubrir un concepto que nunca se había planteado: la libertad. Aunque El porvenir no es otra película francesa sobre el doloroso despertar de una divorciada. En realidad, la autora de El padre de mis hijos explora una cuestión universal a través de una vivencia anecdótica. Utilizando como guía citas de Adorno, Pascal, Rousseau y Schopenhauer, y a través de la odisea íntima de una culta profesora de filosofía, Hansen-Løve nos recuerda esa olvidada obligación de cuestionarnos nuestra existencia en cada momento.