La realizadora francesa Mia Hansen-Love tiene una manera de encarar la narración cinematográfica bastante particular. A diferencia de la mayoría de los directores, ella no parece utilizar el equivalente audiovisual a los signos de puntuación. Sus películas son narrativas, si se quiere hasta convencionales en torno a la sucesión de hechos y el realismo psicológico de sus personajes, pero hay algo que falta y que uno nota rápidamente: una acentuación que nos esté diciendo cuáles son los momentos y hechos privilegiados y/o importantes de la historia. Y eso es algo que a muchos puede confundir, pero que termina siendo uno de sus puntos distintivos como realizadora: sus films son sobre el tiempo que pasa mientras a los personajes les suceden cosas.
En este caso es más claro todavía, ya que lo que cuenta son varios años (nunca se aclara exactamente cuántos) en la vida de la protagonista, Nathalie, una profesora de filosofía que interpreta Isabelle Huppert con sus ya a esta altura acostumbradas marcas de estilo: cero sentimentalismo, mucha acción y tenacidad, voluntad a prueba de todo.
A Nathalie le suceden varias cosas durante ese tiempo que narra El porvenir, conflictos que no se distinguen demasiado de lo que podría sucederle a una mujer que se acerca a los 60 al iniciar el film: su madre tiene problemas de salud, su matrimonio da claras señales de bordear una situación de crisis, los hijos se alejan y el trabajo no apasiona como antes. Es una edad en la que para ella es fácil sentirse tan distante de sus estudiantes (apasionados, politizados, pichones de intelectuales franceses casi caritaturescos) como de los que han abandonado toda esperanza y se refugian en la soledad más extrema. Esa transición que cuenta la película no es otra cosa que lo que uno podría definir, muy generalizadamente, como la del paso de la mediana edad a... la siguiente.
Suceden hechos importantes en su vida, pero un poco por la forma en la que la directora de Edén se acerca a ellos y, otro poco, por la manera emocionalmente seca en la que los encara Huppert, no hay un "ranking" de importancia predeterminado. Es una historia sobre el fluir de la vida, el paso del tiempo, el choque generacional y el momento en que uno puede empezar a sentir que eso tan temido que llaman "tercera edad" no es algo tan lejano como parecía, apenas, unos años atrás.
Y de eso se trata esta película que, casi sin proponérselo, se nos va colando en la piel: de la aceptación de los hechos que nos hacen ser quiénes somos, con nuestras virtudes, defectos, flaquezas y complicaciones. Hansen-Love se va especializando en crear películas que, más que cualquier otra cosa, nos transmiten la sensación de haber sido un tiempo vivido por sus personajes de la manera en la que se suelen vivir las cosas; es decir, casi sin darnos cuenta hasta bastante después de lo importante que han sido en nuestras vidas.