Corren tiempos difíciles para Nathalie. Sus estudiantes tomaron el colegio y le obstaculizan la entrada cada vez que va a dar clase; después, su madre se enferma de depresión y finalmente la abandona Heinz, su marido, también docente. Sólo un reencuentro con Fabien, su antiguo alumno, el preferido, será un oasis entre la desesperanza. Es una rara cinta El porvenir, en particular por la actuación de Isabelle Huppert.
La actriz francesa no recurre aquí a sus habituales dotes para componer personajes perversos, al límite de lo moral, sino que, por el contrario, hace un giro radical. Su Nathalie es un ser vulnerable y sensitivo, con quien es fácil empatizar. Pero como toda película de Huppert se construye sobre ella en forma piramidal, El porvenir es una estela de melancolía, de incertidumbre por lo que vendrá.
Lo más importante es su relación con Fabien, a quien inició en la filosofía. Nathalie dirige una colección y brega por imponer los trabajos del muchacho, aun cuando la suya es una colección cara que la editorial no está dispuesta a seguir. Ante este nuevo golpe, la mujer visita a Fabien en su casa del bosque, donde comparte su vivienda al modo hippie, con unos alemanes anarquistas como él. Dispersa, separada del resto por la diferencia generacional y por su condición de pequeñoburguesa, la visita será parcialmente un fiasco para Nathalie, pero eso no significa que no haya posibilidades de una relación, de algún tipo de relación, siempre de un modo más cercano.
La vez anterior al viaje, cuando Nathalie se quiebra en un llanto, la mano de Fabien en su hombro dispara una curiosa mirada al vacío, de esa ambigüedad tan exclusiva de Huppert. La película está llena de esos pequeños momentos, brotes de posibilidades, y por eso ir a verla es un esfuerzo que vale la pena hacer.