En términos generales, el cine no se ha caracterizado por ser generoso a la hora de darle a actrices mayores de 60 años, la posibilidad de interpretar personajes autónomos. Generalmente, el rol que se les reserva a las mujeres que transitan su madurez en la pantalla es el de madre, tía, abuela o esposa; con escasas posibilidades de ser las determinantes de los principales giros y motores del relato. Sin embargo, en lo que va del año, podemos celebrar el estreno de tres excelentes películas, protagonizadas por señoras que impulsadas por sus convicciones, toman decisiones con plena determinación.
Una de esas joyitas es la brasileña Aquarius, con una Sonia Braga tan vital como aguerrida. La segunda y la tercera están protagonizadas por la misma actriz: Isabelle Huppert. La francesa acostumbra a poner el cuerpo a féminas de fuerte temperamento, pero esta vez logra conquistar dos cumbres al hilo con Elle y El porvenir.
En el film de Mia Hansen-Løve (El padre de mis hijos, Edén), que se está proyectando por tercera semana en Cine Universidad, Huppert interpreta a Nathalie Chazeaux, una profesora de filosofía que enfrenta una crisis integral. En poco tiempo, todo su sistema de referencias se desmorona: su marido la deja, su madre ingresa en un deterioro irreversible y la editorial que publica sus libros la deja fuera de catálogo. ¿Qué puede seguir a todo esto? De tratarse de una película concebida a pura fórmula, se impondría el consabido calvario de la depresión, seguido de un edulcorado camino hacia la reconstrucción.
Pero la lógica de El porvenir no funciona de esa manera. Primero porque a Hansen-Løve jamás le ha interesado hacer un cine aleccionador plagado de subrayados, y segundo porque lo que se privilegia es una mirada detallada y respetuosa de ese proceso de dolor. El film no se regodea en los momentos en que la protagonista llora, ni la traiciona llevándola a obrar con una lógica que sea ajena a su esencia.
El porvenir no sigue el manual de los films sobre segundas oportunidades, aunque tenga a su personaje central frente a esa disyuntiva. Tampoco se plantea como una experiencia hermética y formal. A pesar de que Nathalie se defina como una "mujer intelectualmente satisfecha", las citas autorales y filosóficas se deslizan en la historia con una textura más orgánica que académica. Pero no sólo de conocimiento se nutre la existencia. La película aborda con sutileza el refugio de los afectos.
Si bien Nathalie Chazeaux ya no es tan idealista como en otros tiempos, conserva la convicción de inculcar en sus alumnos la elaboración de un pensamiento propio. Los reencuentros con Fabien (Roman Kolinka), un ex alumno devenido en amigo, se debaten entre la interpelación y la confidencia. Al doble duelo familiar que está enfrentando la profesora, se suma el del quiebre de la admiración monolítica que le profesaba su discípulo predilecto. Del universo tangible de las referencias, también subsiste una enorme gata negra heredada de su madre; que por momentos adquiere una inesperada y catártica significación afectiva.
Sin allanarle al espectador una resolución única, El porvenir esboza la idea de que la libertad sólo es posible cuando se conquista el despojo de todo aquello que ha perdurado en la inercia. Saltar fuera de una estructura devenida en espejismo de un vínculo, no es tarea fácil. Implica quedar de cara a lo incierto, pendiendo en el borde del tan temido abismo de la soledad. Nathalie no sólo cuenta con la fortaleza intelectual que laboriosamente construyó durante años, sino con la chance de abrazar todo aquello que esté por llegar.
L'avenir / Francia-Alemania / 2016 / 102 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Mia Hansen-Løve / Con: Isabelle Huppert, André Marcon, Roman Kolinka y Edith Scob.