Para todo gran cineasta, la jugada de saltar de su cinematografía de origen a la de otra cultura, supone una operación de riesgo. El japonés Hirokazu Koreeda (Casi una familia, After Life, Nadie sabe y De tal padre, tal hijo; entre otras), supera el desafío con una joyita hecha a la medida de sus protagonistas, Catherine Deneuve y Juliette Binoche. Si bien La verdad no alcanza el vuelo de la superlativa Casi una familia, el director se las ingenia para desarrollar su habitual mirada minuciosa, exenta de juicios morales, para sacarle brillo a un relato que adapta de un cuento ajeno que podría agotar sus posibilidades en cuestión de minutos, pero que Koreeda sabe potenciar con un arsenal de detalles tan precisos como sutiles. En el centro de la escena tenemos a Fabienne Dangeville (Catherine Deneuve), una diva del cine que está a punto de presentar una autobiografía que tiene más de ficción que de realidad, y su hija Lumir (Juliette Binoche), una guionista que viaja desde Estados Unidos con su marido (Ethan Hawke) y su hija; para ser parte del evento. La tensión entre madre e hija carga un largo historial de silencios y omisiones, que podría estar lista para detonar en su reencuentro. Lejos de la atmósfera ominosa que suelen tener este tipo de historias en el cine francés, Hirokazu Koreeda construye una exquisita variante, siempre desde la discreción y sin opacar a las estrellas protagónicas, pendulando con gracia entre el drama intimista y los destellos de humor. Más allá de que entre otras cosas flota el fantasma del trágico final de una colega a quien Fabienne no supo ayudar en un momento clave, La verdad logra esquivar la solemnidad a puro motor de una creciente confidencia entre sus personajes. La película privilegia la amabilidad por encima de la catarsis, en una atinada apuesta contra el cinismo. En su primera incursión occidental, el director japonés conserva el habitual encanto de las calles de París, sin renunciar a la mirada naturalista de sus trabajos previos. Una vez más, la empatía y la conquista de algunos momentos cristalinos, ubican a Koreeda entre los referentes para seguir confiando en el poder del cine. La vérité / Francia-Japón / 2019 / 106 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Hirokazu Koreeda / Con: Catherine Deneuve, Juliette Binoche, Ethan Hawke, Clémentine Grenier, Manon Clavel. Se exhibe en Cine Universidad-Nave Universitaria.
El siempre inquieto director mendocino Pablo Agüero viene de conquistar un doble hito con su película más reciente, Akelarre. Cosechó cinco galardones en la edición más reciente de los premios Goya, y viene de arrasar en Netflix con este inquietante film inspirado en una horrorosa cacería de brujas desatada en el País Vasco en el año 1609. Al igual que en Eva no duerme, el guionista y realizador se muestra más interesado en hacer una actualizada interpretación de un hecho histórico, que en atarse al rigor historicista en aras de un producto de manual. En Akelarre, Agüero propone un puente entre aquel pasado ultra patriarcal de antaño, y la lucha por el empoderamiento feminista tan característica de los tiempos que corren. El gran triunfo de nuestro coterráneo consiste en llevar adelante tal premisa sin subirse a la ola del panfleto discursivo al que tantos cineastas han adscripto en aras de estar en sintonía con el "girl power". En tiempos de la inquisición, un juez (Alex Brendemühl) y un consejero (Daniel Fanego) llegan hasta el País Vasco con una orden del rey que consiste en "sanear" aquel territorio. Basada en el libro que escribió Pierre Rosteguy de Lancre, quien estuvo a cargo de numerosas sentencias a la hoguera de personas acusadas de brujería, esta película parte de una premisa documental pero desde el primer minuto nos envuelve en una concepción visual que remite a una fábula tenebrosa. Un grupo de chicas adolescentes son atrapadas mientras cantan y bailan en el bosque. Según el juez y sus acompañantes, esta reunión sería nada más y nada menos que un festín demoníaco. A partir de aquí, las jóvenes son sometidas a una serie de cruentos interrogatorios con el fin de que confiesen detalles del sabbat, ritual en el que el diablo se aparea con sus seguidoras. Dispuestas a salvar sus vidas, ellas seguirán atentamente el plan de Ana (superlativa Amaia Aberasturi), que consiste en inventar una serie de episodios satánicos para así atrapar la atención del enviado de la corona, y ganar tiempo hasta que sus maridos lleguen de pescar en el mar y puedan ir en auxilio. Si el primer tramo del film está dominado por una pátina de realismo estilizado, luego el relato se zambulle en las arenas de la sugestión y adquiere una dimensión que admite varios enfoques. Lejos de ir por una historia concluyente, Pablo Agüero se inclina al territorio del asombro y los interrogantes. Después de todo, para aquellos sombríos hombres las mujeres constituían un misterio. Y para ese puñado de chicas en resistencia, la iniciativa de salvar sus vidas era una lucha con final incierto. Akelarre / España-Argentina-Francia/2020 / 91 minutos / Apta para mayores de 13 años con reservas / Dirección: Pablo Agüero / Con: Amaia Aberasturi, Alex Brendemühl, Daniel Fanego, Yune Nogueiras y Garazi Urkola / Disponible en Netflix, Cine.ar y Cine Universidad (Nave UNCuyo)
En su segunda película como directora, la actriz alemana Ina Weisse nos interna en un tenso relato que tiene como eje medular la dinámica entre una profesora de violín y un joven estudiante que aspira a ingresar en un prestigioso instituto. Como tantos films que abordan el proceso de aprendizaje artístico en un riguroso ámbito académico, la disciplina y los niveles de obsesión para alcanzar una determinada meta, se conjugan en un cuadro de situación que tarde o temprano tendrá su correspondiente estallido. Sin preámbulos, la historia comienza con una seguidilla de adolescentes que hacen su intento frente a una implacable mesa examinadora. Bajo la mirada de los docentes, los chicos interpretan un fragmento de una composición clásica en un pequeño auditorio. Cuando Anna (formidable Nina Hoss) descubre un futuro promisorio en Alexander (Ilja Monti), convence a sus colegas para que la dejen oficiar de tutora de cara a la audición que definirá el destino del alumno. Narrativamente, la película funciona sobre fórmulas transitadas y se sostiene con interés, aunque sin aportar una mirada diferencial sobre el pelotón de títulos que han cultivado estos tópicos. Anna está en una crisis integral, que abarca desde un notorio desgaste en su relación de pareja, hasta ríspidos cruces con su hijo que, al igual que Alexander, es estudiante de violín y no tardará en sentir celos por el nuevo protegido de su madre. La presencia de un amante orbitando en el mismo ámbito musical, termina de completar este endogámico combo con rumbo de destino fatal. El problema con este tipo de films que no trazan el curso de la crisis existencial de sus personajes, sino que arrancan de lleno con sus protagonistas sumergidos en un cúmulo de conflictos; es que la apuesta se reduce a la expectativa de lo que sucederá en la resolución. Una poderosa catarsis o la irrupción de eventos inesperados, suelen ser pasos fijos del menú de estas propuestas que avanzan a partir de la acumulación de múltiples capas dramáticas. A favor de La audición, hay que destacar que el desarrollo cumple con un minucioso retrato de la protagonista. En este sentido, resulta fundamental la gama de matices que aporta Hoss, ganadora del premio a mejor actriz en el Festival de San Sebastián por esta performance. Mientras que a contramano de tantos dramas que encuentran un sólido pico en su final, aquí la resolución prioriza una pirueta melodramática, que lejos de la tensión contenida y del rigor psicológico orquestado durante todo el relato, coquetea con la crueldad de algún film de Michael Haneke; aunque sin llegar a su maestría en el dominio de la sordidez. Lo más interesante de La audición, radica sin dudas en su filoso abordaje de la obsesión por la disciplina, que como es sabido cuenta con un particular historial en Alemania; y su colisión contra el trauma por aquellas metas no alcanzadas que se traslada de generación en generación. Nina Hoss es capaz de apresar esa enorme montaña de dolor con su mirada, y su meticulosa presencia alcanza para dimensionar los bordes de un abismo inexorable. Das vorspiel / Alemania-Francia / 2019 / 99 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Ina Weisse / Con: Nina Hoss, Simon Abkarian, Jens Albinus, Sophie Rois. Funciones en Cine Universidad (Nave UNCuyo).
En un contexto tan particular como el que estamos transitando, con el mundo atravesado por una pandemia que lejos de haber significado una inflexión de cambio de paradigmas en la humanidad, ha terminado por subrayar las diferencias y la carrera por la supervivencia individual; Hermanas de los árboles nos trae una historia de lucha conjunta y transformación. Este documental rodado en un pequeño pueblo del estado de Rajastán, llamado Piplantri, ubicado al norte de la India, ha sido labrado con sensibilidad por la mendocina Camila Menéndez y Lucas Peñafort en la dirección. Esta dupla se dedicó a registrar, con una mirada tan minuciosa como empática, el proceso de profundo cambio de la comunidad que retrata. Hasta hace algunos años, en Piplantri muchas de las niñas que nacían estaban predestinadas a morir ya que sus familias no podían afrontar económicamente el pago de la dote obligatoria para que sus hijas se casen. Lejos del regodeo en el dolor, Menéndez y Peñafort se aproximan a las mujeres que habitan en el lugar y son ellas quienes irán contando su historia personal y colectiva. Más allá de la temática de género, Hermanas de los árboles también aborda la preocupación de los vecinos de Piplantri por transformar su desértico medioambiente, afectado por la explotación de una minería que si bien ha representado la fuente de ingreso central del pueblo, también ha crecido sin control dejando ver en carne viva sus montañas literalmente taladradas y aproximándose a las viviendas de algunos pobladores. El ensamble de la voluntad política y la acción comunitaria es el meollo de este atrapante documental, que entre otros cuenta con el testimonio de un hombre que hace un par de décadas atravesó el duelo de perder una hija adolescente, y que luego como intendente Piplantri, pautó en conjunto con sus habitantes la idea de plantar 111 árboles por cada niña que naciera. De esta manera, el plan de avanzar hacia un pueblo que sane sus heridas marcadas por las diferencias de género, y a la vez la reconstrucción de un ecosistema que le devolviera a la tierra su fertilidad, se convirtieron en el talismán de lucha de toda una comunidad; pero sobre todo de un conjunto de mujeres que tomaron la voz activa en este proceso de transformación. Como es sabido, no existen resoluciones de realismo mágico para salir de conflictos instalados durante largo tiempo. Por lo tanto, las vecinas de Piplantri se dedican a generar un fondo de ayuda para aquellas que se conviertan en madres, y a su vez comprometen a esas futuras mamás a que acompañen el proceso de educación de sus hijas. También la reapertura de una fábrica para procesar el cultivo de aloe vera, es un ejemplo de puesta en marcha del entramado solidario entre estas mujeres. A nivel cinematográfico, Hermanas de los árboles logra aproximarse a la historia y a los personas que retrata, con una cámara siempre a una prudente distancia, sin interrogatorios ni voces en off; y con un notable trabajo de dirección de fotografía a cargo de la propia codirectora. Menéndez y Peñafort logran esquivar abordajes tan comunes en este tipo de documentales, como el del registro didáctico o la poética contemplación de lo "exótico". Dando en la tecla justa, la dupla opta por privilegiar una narración apoyada en un acertado tono confidente. La propuesta además, se presenta entre nosotros en el marco de la esperada vuelta a una sala de cine en Mendoza. Un momento de alquimia tan único como necesario. Hermanas de los árboles / Argentina-India / 2019 / 86 minutos / Apta para todo público / Dirección y guion: Camila Menéndez y Lucas Peñafort.
La potencial ganadora del Oscar a Mejor película del británico Sam Mendes ("Belleza americana", "Solo un sueño", "Operación Skyfall"), reúne todos los ingredientes necesarios para imponerse el próximo 9 de febrero sobre sus más fuertes contrincantes: "Guasón" y "Había una vez... en Hollywood". Esto claramente si quitamos de la ecuación a "Parasite", que seguramente cosechará el galardón a Mejor película internacional, pero no la más codiciada estatuilla a Mejor película, rubro en el que también compite, y merecería con creces por encima del film bélico en cuestión. Por nobleza cinematográfica y ruptura de paradigmas, la gran triunfadora debería ser "Joker", pero sus contundentes niveles de violencia y crítica social en clave de alta aspereza, no son del gusto del domesticado paladar de los miembros de la Academia de Hollywood. En tanto que el film de Tarantino, se llevará seguramente un par de trofeos, pero resulta demasiado "cinéfilo" para alzarse con el hombrecito dorado más cotizado. Hasta el momento, lo que más se comenta de "1917" es su virtuosismo formal, por tratarse de una película concebida a través de un largo plano secuencia, que en realidad son unos cuantos planos hilvanados con cortes disimulados. Más allá del enojo de un sector de la crítica, que ha atacado al film de Mendes reduciéndolo a la categoría de "videojuego artístico", lo cierto es que la opción del plano secuencia es absolutamente pertinente al relato. La premisa argumental es sencilla: un par de soldados ingleses reciben la orden de iniciar un arriesgado periplo para detener un ataque que pondría en riesgo la vida de 1.600 hombres en medio de una trampa del ejército alemán. El tiempo para desarrollar tal epopeya es tan acotado como determinante, por lo tanto la ausencia (o camuflaje de cortes), es totalmente funcional a esa impronta de urgencia que el director imprime sobre el andamiaje de su película. Visualmente, la propuesta es arrasadora. Kilómetros de trincheras construidas, campos de batalla empantanados y arquitecturas destrozadas; remiten a una experiencia tan física como realista. Sin embargo, el facilismo y la pereza de algunas opciones narrativas atentan desde un comienzo contra el resultado general de esta obra. De la peligrosa misión que enfrentan los soldados, depende la vida del hermano de uno de ellos. El componente del drama familiar ha sido fundamental en varios hitos de la historia del cine bélico, pero aquí queda expuesto de un modo tan llano como ramplón. A su vez, la constante premura por llegar al destino indicado, va en detrimento de algunas instancias de detención en las que aparecen personajes y subtramas que quedan sistemáticamente a mitad de camino. Así y todo, hay escenas que sobresalen con suficiente garra, aunque cierta tendencia a la solemnidad y una omnipresente banda sonora que subraya los climas dramáticos por demás, terminan por menoscabar algunos climas sepultados bajo una tonelada de orquestación. En este sentido, la irrupción de un soldado cantando a capela frente a una tropa tras una secuencia vibrante y desgarradora, demuestra que un tratamiento musical despojado hubiese resultado más potente y orgánico para la película. Con respecto al verosímil, "1917" también enfrenta algunos inconvenientes. Hay espectaculares escenas que remiten a la más pura tradición del cine bélico, pero en algunos pasajes la acción se torna tan desmesurada que queda más cerca del universo Marvel. A favor hay que admitir que más allá del heroísmo, el film no carga tanto las tintas en el fetichismo nacionalista, de hecho uno de los protagonistas ha canjeado una medalla que considera un pedazo de chapa por una botella de vino. Más allá del notable trabajo de los dos actores que encabezan esta historia, ambos ninguneados en la nominaciones por sus interpretaciones, Mendes se muestra más preocupado en que cada etapa de la misión se complete con precisión, que en darles mayor profundidad a sus criaturas. De esta manera, su película cumple con la platea a la hora de desplegar una épica de ribetes pirotécnicos, pero al hacerlo desde la ordenada configuración de un expediente, por más de que detone unas cuantas bombas, queda en evidencia que a su mecha le falta una contundente dosis de sustancia. 1917 / Reino Unido-Etados Unidos / 2019 / 119 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Sam Mendes / Con: George MacKay, Dean-Charles Chapman, Mark Strong, Andrew Scott, Richard Madden, Colin Firth, Benedict Cumberbatch.
Tras alzarse con la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 2019, el director surcoreano Bong Joon-ho, hilvanó un tendal de premios en distintos certámenes mundiales hasta llegar a las seis nominaciones a las que aspira con Parasite en la próxima entrega de los Oscar. El film ya tiene prácticamente garantizado el galardón a Mejor película internacional, aunque también podría dar la sorpresa en alguno de los otros rubros, entre los que se destacan: Mejor película, Mejor director y Mejor guión original. Con un vibrante pulso narrativo que se mantiene de comienzo a fin, esta provocadora tragicomedia urbana hinca el diente en las diferencias de clase entre dos familias: una que sobrevive en una minúscula vivienda bajo el asfalto con pequeñas ventanas que dan a la calle, y otra que habita en una lujosa mansión provista de enormes ventanales con vista a un gran jardín. Oscilando entre el humor incómodo, el suspenso vertiginoso y salpicones de violencia catártica, Parasite retoma el abordaje de la sátira social que el aclamado realizador oriental ya había practicado en títulos como The host y Memorias de un crimen. La receta una vez más apuesta a la mixtura de códigos genéricos para derivar en un suculento banquete que estalla frente a los sentidos de la platea. De la trama, lo único que es prudente anticipar es el plan que traza el clan en desgracia para infiltrarse como trabajadores en el gran caserón. Ese primer tramo, está dominado por un tono juguetón y voluntariamente previsible. Sin embargo, una vez que el cuarteto de ricos queda bajo el mismo techo que el cuarteto de pobres, la película cobra un rumbo imprevisible y perturbador. Si la falta de sutilezas y el subrayado en otras películas sobre desigualdades sociales resultan absolutamente tediosas, aquí varios conceptos que aparecen enunciados explícitamente logran escapar al lastre de la solemnidad apostando a un vibrante ejercicio de desmesura. El mayor triunfo de Parasite reside justamente en la falta de temor a la hora de transitar sus momentos más tensos y afiebrados, zambulléndose de lleno en situaciones exuberantes en las que el absurdo y la tragedia colisionan, no para llegar al regodeo en el cinismo, sino para que como platea seamos testigos y partícipes de la espectacular tragedia existencial en la que vivimos, tanto desde la mareada óptica de nuestra realidad cotidiana, como desde esa mirada que parcialmente sobrevolamos a través de titulares en los medios. El talentoso realizador surcoreano no necesita ponerse en pontificador. A pesar de su hondo contenido, Parasite jamás pretende erigirse como una película de denuncia. Estamos frente a un recargado banquete, en el que la descarnada carrera por la riqueza material se estrella contra el sinsentido de un mundo que ha perdido toda capacidad de empatía. Hay quienes auguran que este film podría dar la sorpresa llevándose el codiciado Oscar a Mejor película, pero no nos engañemos. Los miembros de la Academia habitualmente se inclinan por títulos más académicos. En este sentido, a través de algunas premiaciones previas a la que se entrega el próximo 9 de febrero, 1917 parece ser el exponente ideal a la hora de ungir esa mezcla de virtuosismo y valores confeccionados a la medida del máximo galardón de la industria. Mientras tanto, tres films con suculentas dosis de irreverencia como Guasón, Había una vez... en Hollywood y Parasite; van por la cabeza del Oscar. Ya es hora de darle a ese hombrecito dorado algo de entidad y nobleza cinematográfica. Gisaengchung / Corea del Sur / 2019 / 132 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Bong Joon-ho / Con: Song Kang-ho, Lee Sun-kyun, Jo Yeo-jeong, Choi Woo-sik, Park So-dam, Lee Jeong-eun, Jang Hye-jin.
En su primer fin de semana en más de 500 pantallas en el país, "El robo del siglo" se acerca al medio millón de espectadores y se perfila como el gran tanque de taquilla del cine nacional de este año. En 2019, la película argentina más exitosa fue "La odisea de los giles". Ambos títulos cuentan con varios aspectos en común: tienen una notable factura de producción, relatos trazados con sostenido pulso narrativo, buenas actuaciones; y un pacto amigable con la platea. Se trata de films que rápidamente conquistan la empatía del espectador, entretienen con nobleza y no incomodan. Son grandes producciones realizadas con oficio y el objetivo puesto en la venta masiva de entradas. Son productos que más que limpios, son asépticos. Cumplen dignamente con su propósito y no traicionan a su público. En este caso, la nueva apuesta de Ariel Winograd ("Vino para robar", "Sin hijos", "Permitidos", "Mamá se fue de viaje"), ratifica su destreza en el territorio de la comedia, ahora combinando bocanadas de humor con una generosa dosis de escenas de acción y suspenso. Conocedor de los resortes más eficaces del cine de Hollywood, tanto del clásico como del reciente, el director da en la tecla con un cruce de lo que en la jerga americana se llama "Heist film" (películas sobre robos, desde su planificación hasta sus consecuencias), con una "Buddy movie" (relatos basados en la relación de compañerismo y confidencia entre dos varones protagonistas). La historia es conocida por todos. El meticuloso plan para alzarse con un botín millonario que fue diseñado por Fernando Araujo (aquí interpretado por un superlativo Diego Peretti), contando con la colaboración y respaldo financiero de Luis Mario Vitette Sellanes (un Guillermo Francella más cercano a su clásico registro de comediante en televisión que al de roles más sombríos como los de "El secreto de sus ojos" y "El clan"). El robo a la sucursal de Acasusso del Banco Río perpetrado por esta dupla junto a un puñado de secuaces en enero de 2006, captó la atención mediática y la fascinanción de todo el país. En medio de una oleada de producciones sobre crímenes que dieron en el blanco de la taquilla como la mencionada "El clan" o la excelentísima "El Ángel", la realización de "El robo del siglo" ya estaba cantada, y uno de los aciertos de Winograd es lograr mantener la tensión y el interés de la platea sobre un episodio medianamente reciente, cuyo planteo, desarrollo y resolución; son de absoluto conocimiento público. La clave del éxito del film está en el tono juguetón que el realizador le imprime al relato, yendo siempre al meollo del asunto, sin dispersar demasiado la atención en múltiples subtramas. De hecho, cuando trata de instalar una veta más dramática, por ejemplo las escenas que esbozan la tensa relación entre Vitette Sellanes y su hija, el film no cobra mayor profundidad. Más allá de la presencia en pantalla de Johana Francella junto a su progenitor en la vida real, esos pasajes lucen un tanto forzados en contraste con la fluidez del resto del relato, y pareciera que están ahí solo para aportar la cuota de presencia femenina dentro de un microuniverso netamente masculino. La contundente química entre Peretti y Francella es sin dudas uno de los talismanes del triunfo de esta propuesta. Pero sin dudas, el hecho de que Fernando Araujo sea uno de los guionistas de esta película, es determinante a la hora de que su personaje, encarnado por Peretti, sea el que tenga mayor entidad. Al ideólogo del robo no solo se lo muestra como a un simpático fumanchín, sino como a un tipo configurado por matices mucho más diversos que los de sus compañeros. El resto de la pandilla, interpretada por Pablo Rago, Rafael Ferro, Mariano Argento y Juan Alari; juega un rol totalmente funcional al puesto que cada cual tiene en el atraco. Obviamente, todos cumplen con su participación secundaria con gran oficio, pero ninguno de ellos carga sobre sus hombros una escena memorable o crucial. En tanto que la figura de Miguel Sileo (un correctísimo Luis Luque), el negociador de la policía perteneciente al Grupo Halcón, no termina de encontrar el porte necesario como antagonista de un acontecimiento tan desmesurado. Con algunas buenas ideas en la puesta y un Winograd que cada vez filma mejor, aunque también es cierto que aquí ha contado con mayor disponibilidad de medios en relación a sus películas anteriores, "El robo del siglo" oscila con meticulosa exactitud entre el suspenso, la acción y el humor. Volviendo a algunos puntos de contacto con "La odisea de los giles", los dos films giran alrededor del dinero, se mantienen lo más lejos posible de un tono sombrío, y prefieren pasar por inocuos antes que incomodar con planteos complejos o perturbadores. El éxito de ambas producciones tal vez oficia como uno de los más claros reflejos de ese amable refugio que busca la platea masiva. Una bocanada de entretenimiento en tiempos en los que reina el cinismo y la hostilidad. El robo del siglo / Argentina / 2020 / 114 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Ariel Winograd / Con: Diego Peretti, Guillermo Francella, Luis Luque, Pablo Rago, Rafael Ferro, Mariano Argento, Pablo Alari, Johanna Francella.
Inspirada en una historia real, esta apuesta de Netflix realizada en coproducción entre Estados Unidos, Italia, Reino Unido y Argentina; puede verse en Mendoza en la pantalla grande de Cine Universidad (Nave UNCuyo), dos semanas antes de su debut masivo a través del gigante del streaming. Con un sostenido pulso narrativo, el director brasileño Fernando Meirelles ("Ciudad de Dios", "El jardinero fiel"), se apoya en el oficio del guionista Anthony McCarten, quien ya ha demostrado su eficacia en biopics como "Bohemian Rhapsody", "La teoría del todo" y "Las horas más oscuras"; para indagar en la trastienda del Vaticano y el debate por el máximo liderazgo de la Iglesia Católica, en la transición del poder de Benedicto XVI a Francisco. Como era de esperar, la dupla protagónica conformada por Anthony Hopkins (interpretando con rigor a Ratzinger) y Jonathan Pryce (dando en la tecla carismática de Bergoglio); aporta la suficiente solvencia como para sostener un relato que atraviesa algunas instancias solemnes, sobre todo en los primeros minutos, pero que luego cobra el suficiente vuelo como para humanizar y darle espesor a dos figuras eclesiásticas de altísimo rango. Con el soporte de imágenes de archivo, el relato comienza con la muerte de Juan Pablo II y la sucesión de Benedicto XVI. Si bien el asunto inicialmente puede sonar a Wikipedia ilustrada, Meirelles se encarga de sacudir un poco la seriedad del cónclave introduciendo una simpática escena en la que cardenales silvan en un baño del Vaticano el clasico hit de ABBA "Dancing Queen". Ese guiño inicial traza una suerte de pacto de amabilidad entre la platea y los protagonistas de esta historia, que se extiende con cierta ligereza durante todo el metraje de la película. En simultáneo, y sin opacar ese registro juguetón, el guión se encarga de ajustar las clavijas en dos secuencias que resultan fundamentales a la hora de entrar en el plano intimista de dos referentes de perfiles tan opuestos como los de Ratzinger y Bergoglio. Una de ellas tiene que ver con la llegada del cardenal arzobispo argentino a la residencia de verano donde descansa el papa alemán, coincidiendo con la polémica filtración de documentos del Vaticano que derivó en la prisión del secretario del líder religioso. Si bien la película traza al ex Sumo Pontífice con rasgos más antipáticos que los del hincha de San Lorenzo más influyente en el mundo, hay una escena nocturna de acertado tono intimista, en la que un Bergoglio vulnerable dispuesto a renunciar a su rol como cardenal le confiesa a Benedicto su culposo accionar durante la dictadura en nuestro país. Más allá de la empatía y la admiración hacia la figura de nuestro ícono nacional profesada por Netflix en "Los dos papas", la película de Meirelles no titubea a la hora de aclarar las cuentas pendientes y los tantos políticos. El cura argentino visitó más de una vez el despacho del almirante Masera y le dio la comunión a Videla en su casa. Pero para no pecar de sentencioso, el film remarca la intención de Bergoglio de salvar la vida de unas cuantas personas, incluyendo varios compañeros jesuitas, en aquellos siniestros años '70. Así y todo, queda expuesta que la interacción entre el sacerdote y la cúpula militar no fue de una oposición manifiesta. Más allá del tono culpógeno de la confesión, la película se impregna de un vuelo adicional cuando los flashbacks nos muestran a Juan Minujín interpretando a la versión joven de Francisco. Las contradicciones entre los errores, los ideales y los cambios que atravesaron a través de unas cuantas décadas tanto Ratzinger como Bergoglio, son la materia prima para que "Los dos papas" vaya labrando un subtexto que termina siendo más poderoso que el relato que aparece en primer plano. La angustia de estos dos referentes de matices antagónicos en una estructura tan inmutable y avasallante como la del Vaticano, queda en carne viva a medida de que avanzan los minutos. La otra secuencia vertebral de esta historia que contiene unas cuantas aristas de interés, sucede en la Capilla Sixtina (recreada con notable detalle en los estudios Cinecittà). Allí quien se quiebra frente a Bergoglio es Ratzinger, por motivos que aquí no conviene anticipar. Benedicto XVI fue el primer papa en renunciar en cerca de 700 años de historia de la Iglesia, y si bien la sombra de su partida no está tan desarrollada como la instancia del accionar del referente argentino en la dictadura, la sugerencia alcanza para generar un perturbador escozor, que ni siquiera se diluye con los dos religiosos brindando con Fanta y comiendo pizza. "Los dos papas" es una película más valiente de lo que parece. Bajo un manto de frescura, y esquivando holgadamente el tono de denuncia, sabe camuflar una incómoda mirada sobre una institución que más allá de uno que otro cambio en las formas de sus líderes, permanece inmutable bajo dogmas que van quedando obsoletos. Definitivamente, no estamos ante un film provocador o irreverente, pero sí frente a una comedia dramática que entiende que la clave para desempolvar la hipocresía está en sacudir unas sotanas milenarias, para que luego el espectador haga su propio examen de conciencia, ajeno a todo sermón. The Two Popes / Estados Unidos-Italia-Reino Unido-Argentina / 125 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Fernando Meirrelles / Con: Anthony Hopkins, Jonathan Pryce, Juan MInujín, Sidney Cole, Thomas D Williams, Federico Torre.
Durante mucho tiempo, este ambicioso proyecto de Martin Scorsese basado en la novela de Charles Brandt I Heard You Paint Houses (2004), parecía una de esas epopeyas imposibles de concretar. Sin embargo, el legendario director de joyas como Taxi driver, Buenos muchachos y El lobo de Wall Street, encontró en la participación de Netflix el aporte económico necesario para poder realizar El irlandés. Por su presupuesto de 159 millones de dólares, esta película hoy resultaría impensable si estuviera financiada en términos de recuperación y ganancia en salas de cine. En cambio, para el gigante del streaming la inversión representa algo así como una ficha de nobleza y un pasaporte para asegurar su presencia en la próxima entrega de los Oscar, operación que el año pasado jugó con destreza con Roma, el multipremiado film de Alfonso Cuarón. Aclamada a nivel mundial, esta nueva obra maestra del talentoso italoamericano, se está proyectando solo en 58 salas de nuestro país, incluyendo seis pantallas de diferentes departamentos de Mendoza: Cine Universidad (Nave UNCuyo) en Ciudad, Tadicor en Las Heras y San Martín, Cine Amelix en San Rafael, Cine Américo en Tupungato y Cine Antonio Lafalla en General Alvear. Como el debut en Netflix está previsto para el próximo miércoles 27 de noviembre, esta película está disponible en pantalla grande solo durante una semana. Es prácticamente un mandato cinéfilo rendirle honores a esta maravillosa creación en una sala de cine. Más allá del elaborado trabajo visual, que incluye el rejuvenecimiento digital de sus protagonistas, y de una banda sonora repleta de clásicos del rock, del jazz y del blues; este film merece ser observado con el mismo nivel de detalle con el que Scorsese lo ha orquestado minuciosamente plano a plano. Por su duración de tres horas y media, el espacio ideal para su total apreciación/disfrute es el que todavía hoy propone la pantalla grande en comunión con sus devotos espectadores. Lejos del tedio, la película tiene el pulso narrativo propio de un maestro que llega a la síntesis máxima de su estilo y que a la vez no se distrae en regodeos formales, sino que logra con cada secuencia un ejemplo de concisión en la que no sobra ni falta nada. El ascenso del camionero Frank Sheeran, interpretado magistralmente por un contenido Robert de Niro, nos introduce en la feroz mecánica de la mafia y sus fuertes conexiones con la política norteamericana durante cerca de tres décadas. Este hombre que no dudó a la hora de dar golpes o apretar el gatillo, fue una pieza fundamental en el poder que amasó el líder sindicalista de camioneros Jimmy Hoffa, aquí jugado por un catártico Al Pacino. En el medio de ambos, Russell Bufalino, el jefe de una influyente banda que además ofició como mentor y protector de Sheeran, encuentra en Joe Pesci el punto más alto de este trío de superpotencias actorales. Como es habitual en el cine de Scorsese, todo conflicto gira en torno a dilemas morales en los que se agitan tensiones laborales y familiares. No hay una mirada psicologista sobre este puñado de personajes fuera de ley, sino un seguimiento quirúrgico, no exento de certeras pinceladas de humor áspero, sobre el filo de muerte por el que transitan cada una de las acciones y decisiones de estos hombres. Aquí no importa si esta es la historia oficial del final de Hoffa, de hecho el mismísimo FBI terminó desestimando la versión de Sheeran. Lo que enciende el interés de esta épica es la convicción con la que el realizador narra este apasionado tour de force de violencia, pactos y traiciones. Recurriendo a virtuosos planos secuencia que ya son su marca registrada, el inagotable potencial del cineasta que se acerca a los 80 años con cuatro nuevos proyectos en puerta, se luce en toda su magnitud con este flamante estreno. Tomando como punto de partida la sólida base narrativa propulsada por Steven Zaillian, ganador del Oscar a Mejor guión adaptado por La lista de Schindler y nominado por trabajos como El juego de la fortuna, Pandillas de Nueva York (otra colaboración con Scorsese) y Despertares; esta película adquiere tintes de grandeza por la sabiduría de su director. Renovando el compromiso con el cine clásico y actualizando aquella promesa que hizo con otros colegas de su generación, este noble cineasta sigue apostando por la misión de conjugar entretenimiento y mirada autoral. Con un pie puesto en el gran espectáculo y otro en el retrato intimista, El irlandés es un brillante exponente de ese Hollywood que solo pueden sostener sus legendarios íconos. Pero no todo está perdido en el marco de las nuevas camadas de realizadores que se lanzan a una aventura creativa bajo los rígidos límites de la gran industria. Para sorpresa de muchos, cuando Hollywood parecía hundirse en un puñado anual de títulos olvidables, este 2019 deja hitos como la hipnótica Ad Astra y la brutal Joker. Coincidentemente, el film del villano de risa espasmódica que se transformó en el evento cinematográfico del año, está conectado con dos obras maestras de Scorsese: Taxi driver y El rey de la comedia. Ahora, El irlandés viene a sellar la temporada con un acontecimiento que en cuestión de días pasará de la pantalla grande al living hogareño. Por el momento, butacas de salas de diferentes puntos cardinales de nuestra provincia les esperan en una cruzada que va más allá del romanticismo de ver cine en el cine. Porque Scorsese tiene el poder de catolizar al más férreo de los ateos. Para comprobar la experiencia, solo basta con asistir a su misa en el templo más indicado. The Irishman / Estados Unidos / 2019 / 209 minutos / Apta para mayores de 16 años / Dirección: Martin Scorsese / Con: Robert de Niro, Al Pacino, Joe Pesci, Anna Paquin, Harvey Keitel, Stephen Graham, Jesse Plemons, Aleksa Palladino.
Tras una espera de más de un año, finalmente se estrenó en salas de cine la penúltima película de Woody Allen, esto teniendo en cuenta que su obra más reciente es la que ya filmó en el País Vasco, y que actualmente se encuentra en proceso de posproducción. La reiterada denuncia por abuso que le cruzó al legendario cineasta su hija adoptiva, Dylan O'Sullivan, puso la carrera del eterno adorador de Manhattan en un largo stand by que parecía condenado a un abrupto final. En plena tensión por las declaraciones que Dylan dio en televisión, el gigante del streaming Amazon canceló el contrato que tenía para financiar los siguientes films del realizador, lo que derivó en un millonario pleito judicial que terminó con un acuerdo entre ambas partes hace pocos días. En términos estrictamente legales, hasta el momento Allen no ha sido declarado culpable por ninguno de los cargos alegados por su hija adoptiva, mientras la enorme familia Farrow se muestra marcadamente dividida en medio de una encrucijada entre Woody y las acusaciones de su ex mujer, la actriz Mia Farrow. Tal vez en una desafortunada mezcla de conceptos, gran parte de la crítica internacional tendió a masacrar a Un día lluvioso en Nueva York. En cambio, la prensa especializada argentina elogió a esta amable película que está pasando su segunda semana en el top 10 de los títulos más vistos en las salas nacionales. Allen juega con soltura las cartas de la comedia de enredos en esta historia que protagoniza una pareja de estudiantes universitarios interpretados por un acertado Timothée Chalamet (incorporando en su actuación los habituales tics y manías de Woody), y una encantadora Elle Fanning (oscilando con destreza entre la ingenuidad y la seducción). Los tortolitos llegan a Manhattan para pasar un fin de semana diseñado de antemano y con detalle por el novio, que proviene de una familia rica y ha transitado buena parte de su vida en la Gran Manzana. Pero claro, esos planes tan estructurados pronto cobran caminos impensados, mientras la ciudad y la lluvia funcionan como algo más que un simple telón de fondo de una serie de aventuras inesperadas que cada cual correrá por su parte. Como buen exponente de este tipo de comedia en donde las situaciones se descarrilan por completo, el guionista y director logra atravesar orgánicamente la experiencia, recuperando la notable cuota de frescura que había perdido en sus últimos films; y generando un puñado de exquisitos momentos que se dividen entre un humor agridulce y un estado de sensibilidad a flor de piel. Un día lluvioso en Nueva York discurre de manera cristalina con una fluidez poco frecuente en el panorama del cine actual. En ese andar liviano está la magia de un relato que no se erige sobre pretensiones innecesarias, y que vuelve por enésima vez y con gracia renovada sobre temas que Allen ya transitó a lo largo de casi toda su carrera. La incertidumbre que llega cuando se quiebra el orden establecido, el latente acecho de la infidelidad, y los vínculos inter generacionales abordados sin pruritos; son algunos de los ingredientes de una historia que cuenta con el inmejorable marco visual aportado por el talentoso director de fotografía Vittorio Storaro, que imprimió su impronta estética a clásicos contemporáneos como Apocalypse Now y El último emperador. Como tantas otras creaciones de Woody Allen, más allá de la dupla protagónica, el relato está estructurado desde una narrativa coral que orquesta escenas en las que cada personaje tiene su magnético momento de lucimiento. Selena Gomez está descollante interpretando a la hermana menor de una ex novia del protagonista. El reencuentro entre ambos queda sellado en medio de un rodaje que él literalmente se cruza en plena calle, cuando un amigo que está detrás de cámara le pide que actúe en una escena cuyo contenido no conviene anticipar. Por otro lado, Liev Schreiber, Jude Law y Diego Luna se ponen respectivamente en la piel de un aclamado director de cine en plena crisis creativa, un guionista en un pico de tensión con su esposa, y una suerte de afamado latin lover; todos ellos orbitando alrededor de Elle Fanning, la joven estudiante de periodismo que pasa el día desencontrada con su novio y envuelta en en una serie de peripecias. Timothée Chalamet calza muy bien el traje de Woody Allen, y la película cumple con creces en una escena fundamental en la que se ve al lánguido joven forzado a asistir a un evento topísimo organizado por su madre (superlativa Cherry Jones). En varias oportunidades, él anticipa que lo que menos quiere en ese fin de semana en Manhattan es toparse con sus padres, suceso que de antemano sabemos que de alguna manera ocurrirá. Sin dar detalles sobre esa instancia, lo único que se puede adelantar es que además de un compendio de situaciones entre desopilantes y ligeras, Un día lluvioso en Nueva York también es capaz de ofrecer una de las charlas más sinceras entre madre e hijo que haya dado el cine en los últimos tiempos. Lejos de su puñado de gloriosos títulos creados indiscutiblemente en los años '70 y '80, el octogenario Woody Allen mantiene encendido su encanto, ya despojado del pesado lastre de dar con su obra maestra definitiva. A rainy day in New York / Estados Unidos / 2019 / 92 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Woody Allen / Con: Timothée Chalamet, Elle Fanning, Selena Gomez, Liev Schreiber, Jude Law, Diego Luna, Cherry Jones.