El porvenir

Crítica de Rocío Belén Rivera - Fancinema

NO HAY EDAD PARA REINVENTARSE Y SEGUIR

¿Qué decir de la combinación Mia Hansen-Løve e Isabelle Huppert, más que galardones? Y eso se confirma en El porvenir, la nueva película de esta prolífera directora, protagonizada por la destacadísima actriz francesa, que no es sino un golpe directo al corazón y al intelecto. La película es sencilla, se destaca por su frescura y por su forma simple de mostrar la transformación de una madre, devenida ex esposa y abuela.

El film muestra la vida de Nathalie (Huppert), una profesora de filosofía que, sin previo aviso, es abandonada por su esposo luego de veinte años de matrimonio, que sufre el síndrome del nido vacío porque todos sus hijos ya han partido del hogar materno y que lidia con una madre enferma que la somete a constantes amenazas de suicidio. Una vida hostil, que podría estar llena de clichés melodramáticos y empáticos que busquen conmover al espectador. Pero no, Hansen-Love logra un relato minimalista, repleto de sutilezas que demuestran mucho más de lo que se podría sospechar. Mezclando vida intelectual y personal, el film va mostrando cómo Nathalie se va metamorfoseando, cómo transforma una vida presa de la familia, el trabajo, una madre senil, en una vida con total libertad, como ella misma afirma. En este periplo del héroe, toma un papel fundamental un ex -alumno de Nathalie Fabien, quien, sin querer, le muestra a su profesora otra forma de vivir la y desde la filosofía, así como también el impulso vital que su flamante nieto le aporta a su vida.

Se destaca ante todo, la actuación de Huppert. Repleta de sutilezas, encarna a la perfección el papel de una mujer escéptica, investida de toda la teoría que introyectó de los libros que tanta entereza le han dado en su vida y en ese momento de cambio también. Sus movimientos, la carga emocional de su rostro, sus palabras, la responsabilidad que lleva en sus espaldas al ponerse al hombro escenas de completo silencio y en soledad, la naturalidad con la que encarna lo cotidiano (relación con sus alumnos, con su madre, con sus hijos, con su gato) la convierten en la joya de la película, además de que queda por lejos en evidencia la exquisita belleza que desprende a sus 64 años.

Párrafo aparte y que complementa en pantalla a Huppert es el tratamiento de la imagen llevado adelante por la directora, quien logra canalizar en ellas (ya sea la ciudad, el campo, un paisaje, el interior de una casa) una fuerza emocional que contamina toda la puesta en escena y que ayuda a subrayar el trabajo de la protagonista. Del mismo modo, los diálogos cargados de citas filosóficas y de discusiones intelectuales, permiten ahondar de forma profunda en la connotación universal de la vivencia que se retrata: la pérdida del ser querido, la sensación de soledad, la sensación de libertad, la voluntad de poder, la transformación constante… en síntesis, eso que se llama vida.