“Gilda, no me arrepiento de este amor” fue el año pasado un éxito de público y de crítica. También la pantalla chica se sirvió de la vida de Sandro para obtener con su serie buenas mediciones y reconocimiento.
Y ahora, la autora de “Gilda” se mete con otro artista popular que tuvo trágico y temprano final en un accidente rutero. Son figuras que han trascendido y que, al menos en el caso de “Gilda”, han logrado un inesperado y enorme espaldarazo tras su desaparición. Los accidentes fatales en ruta y en pleno apogeo, tiene una larga historia en nuestro medio (Julio Sosa, Susy Leiva, Hernán Figueroa Reyes). Y este film sobre el artista cordobés no se aparta de una conocida receta a la hora de asomarse a un cantante de éxito que se mató joven.
El arranque tiene algo del “Gatica” de Favio. Vemos al Potro en una imagen oscura, que parece traer molestos presagios. Bailotea envuelto en un clima exaltador recargado de graves acentos. Está en el Luna Park, sede de su marcha consagratoria, y desde allá -como ya lo había hecho con Gilda- el film de Muñoz viaja hacia atrás para retratar los comienzos de este muchacho cordobés que dejó la escuela y que se aferró a la música siguiendo los pasos de un padre que con menos éxito recorrió el mismo camino.
Estos filmes necesitan de una figura capaz de darle verdad y energía a su modelo. El actor no está mal. Tiene algún parecido físico y canta con su voz, otro desafío. Su trabajo (lejos de la estupenda labor de La Oreiro en “Gilda”) se acomoda en medio de un elenco muy cuidado donde otra vez Daniel Aráoz brilla alto y el tan solicitado Fernando Mirás está mejor que otras veces.
Lo más contagioso y logrado son las actuaciones ante el público. Pero más allá de algún detalle subrayado y de algunas simplificaciones a la hora de retratar ese mundo, en general es una producción convencional pero bien resuelta, más tentada por retratar el lado oscuro que por revivir la vida de un artista popular que, a puro instinto y entusiasmo, encontró la muerte en medio de los aplausos.
El ascenso, el triunfo, el inesperado final del padre, la retirada y el regreso triunfal son los hitos de una vida que encontró triste final tras una actuación en City Bell. La figura de la madre, la droga, sus mujeres lo presentan como un muchacho simple, afectivo y tarambana, un hijo modelo, un padre deudor y un marido olvidadizo, un triunfador que no tuvo –como muchos otros- la lucidez suficiente para saber detenerse antes que el éxito se lo llevara puesto. Como dijo el inglés Ayers Kevin, “Hay que correr mucho para no entrar en esa carrera”.