Veinte años no es nada y es verdad no fueron nada en el tiempo de existencia de Rodrigo Bueno, que comienza sus primeros pasos en la música popular siendo apenas un niño, para convertirse en un ídolo cuartetero a los 27 años, cuando un accidente sesgó su vida. Murió en la misma fecha en la que se cumplía un nuevo aniversario de la muerte de Carlos Gardel. Junto con otros cantantes fallecidos a la misma edad, “Rodrigo” entró a formar parte del “club de los 27”.
Como una mariposa que vuela hacia la luz y se golpea contra la bombilla una y otra vez hasta caer, así fue la vida de Rodrigo Alejandro Bueno, “Rodrigo”, un muchacho de clase media baja que fue capaz de transpolar el “cuarteto” de su provincia natal Córdoba, para pasearlo por las calles porteñas y las del cono urbano a su antojo.
Llegar a Buenos Aires, y “bailar en la casa del trompo” como dice el dicho popular, no le fue fácil. Como tampoco encontrar su estilo que pasó del rock a la cumbia, y la salsa hasta llegar al cuarteto (que por otra parte se distanciaba del gran ícono popular Carlos “La Mona” Jiménez, sólo limitado a Córdoba), por esa fuerza arrasadora de quien se quiere fagocitar el mundo, en su caso a Buenos Aires. Y esa rebeldía, que era innata en él, le permitió acceder al podio de los triunfadores de un deporte tan popular como mortal: el cuadrilátero del Luna Park. Espacio histórico del boxeo y recitales que logró llenarlo durante trece noches consecutivas.
Lorena Muñoz una vez más logra acercarse a una figura popular y mostrarla, en sus facetas más íntimas, ya lo había hecho con Ada Falcón junto a Sergio Wolf en “Yo no sé qué me han hecho tus ojos” (2003), sobre la vida de una cancionista, que murió en Córdoba, y que a mediados de los ‘30 se había convertido en una de las figuras relevantes del tango, a la que se la había apodado: “La emperatriz del tango”. Luego con “Gilda, no me arrepiento de este amor” (2016), exteriorizó la otra cara de una mujer que debió luchar contra el machismo, mafias, y lo establecido por rutina comercial dentro de un circuito cultural muy marginal y oscuro.
Tanto en “Gilda” como en “Rodrigo”, se cuenta la historia de dos artistas bailanteros en busca de éxito, hermanos en desgracia, (los dos mueren en un accidente de tráfico), a los que une una misma directora Lorena Muñoz y una guionista Tamara Viñes, que si bien aplican una fórmula semejante para la construcción de ambos filmes, el resultado es distinto, ya que son muy disímiles los protagonistas, ya sea en la problemática tanto musical como la de forma de vida. Gilda era maestra jardinera y Rodrigo fue un chico con un entorno familiar musical, que no quiso terminar la escuela primaria, pero que ya escribía sus propias letras. Tal vez influenciado por su madre Beatriz Olave que era compositora y con la que se percibe que tenía un profundo Edipo,
Lorena Muñoz como Leonardo Favio en “Soñar, Soñar” (1976), que recodificó al boxeador Carlos Monzón junto al cantante italiano Gian Franco Pagliaro, tomó a dos ídolos populares y los deconstruyó en dos filmes, ambientados en un “mundo real” reconocible, con encuadres muy prolijos y universos semejantes en la puesta en escena donde el uso de la música y el estilo de actuaciones los convierten en únicos.
El concepto de verosimilitud es lo que caracteriza a Lorena Muñoz, para ello utiliza los colores y sus tonos, y capacidad de saturación para poder expresar el estado de ánimo de sus personajes. Ésta herramienta estética lleva al espectador a lugares ambiguos, incómodos e inciertos como si éste también ser un protagonista más dentro de la historia.
“El potro, lo mejor del amor”, Lorena Muñoz encuentra un modo muy efectivo de contar la historia de una figura popular que la tragedia la elevó a mito. Trabajar sobre los mitos es tarea ardua porque se puede caer en la sobrevaloración del personaje y desdibujar su esencia. A través de elipsis, primeros planos, travelling y un montaje muy ágil, Lorena Muñoz consigue que el espectador se olvide que Rodrigo Romero no es el verdadero Rodrigo Bueno, y se interne en ese mundo ilusorio que representa un filme.
“El potro, lo mejor del amor”posee un extra especial: el hallazgo de Rodrigo Romero, un albañil cuyo physique du rol no sólo lo identifica con el verdadero Rodrigo, sino que lo acerca a una construcción propia del personaje, debido a su talento interpretativo, vocal, gestual y corporal.
Los personajes secundarios conforman un retablo de excelentes actuaciones encabezados por Florencia Peña (Beatriz Olave-la madre), Daniel Araoz (Eduardo Pichín Bueno- el padre), Fernán Mirás (José Luis Gonzalo), Malena Sánchez (Patricia Pacheco), Jimena Barón (Marixa Balli), Diego Fregonessi (Ángel).
El filme “El potro, lo mejor del amor”deLorena Muñoz revela un personaje como un ser desfijado en el drama de una geografía íntima, cuya angustia traza círculos que se encabalgan o se excluyen entre lo positivo y lo negativo. Un ser que está en estado de insatisfacción crónica producido por el contraste de sus ilusiones y aspiraciones. Y allí aparece la droga, de la mano de un Ángel de la muerte, como placebo a los males del alma.
Recupera también para el acervo de la cultura popular un ídolo que como Gardel, Monzón, Gatica, Gilda, tuvieron, para sobrevivir de la opresión de lo real, que inventarse un mundo de candilejas, en que todo el tiempo se contrastan esas dos realidades, que corresponden al adentro y al afuera de los personajes, entre lo que ellos quieren del mundo y lo que éste realmente es.