Retrato de un “pecador” ambivalente
Una vez más la documentalista Lorena Muñoz, conocida por el público por ser la directora de Gilda (2016), traslada a la pantalla grande la biografía de otro cantante de la música popular, Rodrigo Bueno, un ícono del cuarteto más conocido como “El Potro”, apodo que da título a un film que narra la vida de Rodrigo desde su adolescencia hasta su trágica muerte.
Las expectativas con respecto a la película eran grandes después de la emotiva y bien narrada Gilda, uno de los mejores largometrajes del reciente cine argentino. Por ende, las comparaciones son inevitables tratándose del género de la biopic sobre dos ídolos de la cultura popular con varias similitudes en sus vidas -como una prematura muerte trágica- y ambos proyectos dirigidos por Muñoz y guionados por ella junto a Tamara Viñes.
La película tiene un inicio más que interesante desde un ring de boxeo, emblema de los recitales del cantante en el Luna Park (Gilda en cambio comenzaba con el funeral de la protagonista), una pasión que más tarde se aclarará fue heredada de su padre, interpretado de forma verosímil por Daniel Araoz, al igual que el amor por la música. A diferencia de Gilda, Rodrigo Bueno tuvo el apoyo de todo su entorno familiar para dedicarse a la música.
Es así cómo comienza su carrera el joven interpretado en todo el relato por el debutante Rodrigo Romero, el cual es más que un hallazgo no sólo por su physique du rol sino también por su talento a nivel interpretativo, vocal y corporal. Al igual que Natalia Oreiro, quien supo imitar bien a Gilda, Romero calca las gesticulaciones de Rodrigo, en dicho sentido hay un acierto claro en la dirección de actores además del talento de sus intérpretes.
El personaje de Rodrigo es representado a través de una clara ambivalencia entre un ser enamoradizo y tierno y por otro lado un hombre desmedido y desconsiderado. Esta concepción dual del carácter del protagonista es acentuada mediante el binomio “ángel y demonio”, lo cual puede evidenciarse en el pelo al comienzo, largo, ondulado y angelical, y posteriormente el cabello corto que evidencia su paso a la adultez y la ambigüedad representadas desde la simbología del color, con el cabello celeste (lo angelical) y el cabello rojo (la pasión, lo infernal).
Asimismo, la dicotomía reaparece en la oposición entre su representante Oso, catalogado en el film como su protector, en contraposición al llamado irónicamente Ángel, personaje que lleva al cantante por el mal camino al otorgarle droga en reiteradas veces. Por último tenemos el contrapunto entre las mujeres más importantes de la vida de Rodrigo, Patricia, la joven “inocente” que encarna el amor y el mandato familiar, de aspecto físico naif y cabello oscuro, y Marixa, la mujer pulposa y exuberante, rubia pasional perteneciente al mismo “ambiente de perdición” de la música popular.
Al respecto, una objeción que puede hacerse al film es la caracterización distante del parecido físico con la real Marixa Balli, quien realmente es morocha: si bien para algunos puede ser un detalle, la crítica está en que en una biopic o todos los personajes son caracterizados a semejanza de las personas reales en quienes se basan, o ninguno. Además tenemos una actuación poco convincente de Jimena Barón, su errada caracterización por parte de los realizadores ataca la credibilidad, problema similar al de otra biopic reciente, Tita (2017)… salvo que los personajes en cuestión que se alejan del original real sean personas poco conocidas por el público, y ese por supuesto no es el caso de Marixa Balli.
Más allá de la polémica respecto a la película y la queja de algunos de sus familiares o personas involucradas en la vida del cantante, resulta pintoresca la caricatura del personaje de Beatriz Olave, interpretada correctamente por Florencia Peña. Un acierto de El Potro (2018) es la elección del repertorio musical, cuyos temas están situados de forma que refuerzan la narración.
A pesar de ciertos problemas como una ocasional falta de fluidez del relato, ciertas reiteraciones obvias, la ausencia de un clímax y la presencia de un final abrupto e insatisfactorio sin salida poética (a diferencia, una vez más, de la acertada clausura de Gilda), se valora el riesgo. Siempre es toda una apuesta realizar un biodrama de una figura popular y aún más de un personaje con tantos matices y controversias. Después de todo, ese es el mensaje principal de El Ciudadano (Citizen Kane, 1941), todo depende del punto de vista desde el cual se cuente la historia, y en este sentido El Potro es condescendiente con quienes han otorgado los derechos para que pueda realizarse el largometraje, Patricia y su hijo Ramiro.
En conclusión, hablamos de un film entretenido pero fallido en los aspectos anteriormente mencionados, incluso así es atractivo de ver por lo emblemático de la vida de Rodrigo y además por su notable talento y carisma, quien además -al igual que Gilda- era también compositor de sus canciones. El Potro representa el rápido ascenso y la gran popularidad del cantante, exitoso tanto con las mujeres por su seducción y apariencia, como lo suficientemente carismático para agradar también a los hombres. En conclusión, estamos ante el racconto de las consecuencias del éxito y la desmesura del protagonista: el sexo, las drogas, el alcohol y los desbordes de la vida nocturna musical, una que terminó tempranamente a los 27 años, por lo que se podría decir que el músico forma parte del triste “club de los 27”.