La nueva biopic de Lorena Muñoz, "El Potro: Lo mejor del amor", repite la fórmula de su anterior película; con resultados, afortunadamente, similares. Hay quienes persiguen un sueño y forjan su destino hasta lograrlo; y hay quienes el destino los alcanza, las oportunidades de la vida los van conduciendo hasta moldear lo que debe ser.
El segundo parece ser el caso de Lorena Muñoz, que con su cuarto largometraje, dos de ellos documentales, se instaló como una referente absoluta de las biopics musicales. En 2003, junto a Sergio Wolf, sorprendió a todos con "Yo no sé qué me han hecho tus ojos", un documental que se metía de lleno en la misteriosa vida de Ada Falcón, y aún hoy es difícil igualar semejante timing para con un documental que transforma en suspenso la pasión de una vida cargada de dolor.
Luego de que su próximo proyecto, "Los próximos pasados" (sobre el container que poseía en su interior el mítico mural que Siqueiros pintó en el sótano de la casa de Natalio Botana) la alejara de la música; en 2016 fue la elegida para finalmente concretar el postergado proyecto de una biopic sobre la cantante tropical Gilda.
El suceso y la grata sorpresa tanto de crítica como de público fue tal que era inevitable que su siguiente proyecto se inscribiese en el mismo camino. La producción de una biopic sobre Rodrigo “El Potro” Bueno, se puso inmediatamente en marcha, casi como si fuesen esas secuelas que se anuncian en el fulgor de la película anterior.
"El Potro: lo mejor del amor", repite el mismo equipo de producción de "Gilda, no me arrepiento de este amor"; pero fundamentalmente, lo que repite es a su directora, y es eso lo que marca el destino de este film. Nuevamente, Tamara Viñez se anota como co autora del guion para narrar esta historia que parte de un lugar bastante diferente al de Gilda, aunque los anhelos podían ser similares.
Gilda era una chica de clase media, tranquila, llamada a ser una esposa y maestra jardinera modosita; aunque su sueño fuese cantar, y encontró casi de casualidad su oportunidad en la movida tropical.
Ahí está la diferencia. Rodrigo (Rodrigo Romero) ya respiraba cuarteto desde la cuna, su padre (Daniel Aráoz) era un músico y productor, con fuertes contactos en Buenos Aires. Aunque él quisiese otra cosa para su hijo, Rodrigo quería ser cantante; y su madre (Florencia Peña), aún más.
Por supuesto que esa claridad de destino no hizo que todo fuese un lecho de rosas, y la carrera musical de Rodrigo fue una montaña rusa de tragedias, desvaríos, subidas, caídas, y amoríos. Todo eso son la sal de "El Potro, lo mejor del amor". Mucho de lo que se ve es de público conocimiento, bastante más que en el caso de Gilda, por cierto.
Rodrigo vivió en medio de una vorágine maratónica. Tuvo su inicio con música de cumbia impuesta; como buen potro, intentaron domarlo; la tragedia lo persiguió, huyó, y se reinventó convirtiéndose en un fenómeno cuartetero que conquistó a las masas de todo el país. Las comparaciones entre una película y la otra son imposibles de ocultar; y si bien, en muchos aspectos, los más positivos, las similitudes abundan; en los claroscuros es en donde se marcan las diferencias.
"Gilda, no me arrepiento de este amor"; trataba a su personaje de modo inmaculado, los aspectos negativos de su vida, estaban ligados a no poder despegarse de la que había sido, claramente era una víctima; tanto del entorno de su “ex” marido, como de la voracidad de la movida tropical que quiso llevarse una mayor tajada del éxito de ella.
En "El Potro, lo mejor del amor"; esa ecuación queda invertida.
Rodrigo no es un ser inmaculado, sus costados oscuros están ahí, ben presentes en su vida privada, y colándose en lo profesional mediante algunas juntas que lo llevan por mal camino. Pero el ambiente del mundillo musical se nota algo lavado, como si hubiese algo de lo que el film no quiere hablar.
Por el contrario, quien sí sale bastante inmaculado, es la figura de El oso (Fernán Mirás), su productor y representante, que adopta una figura paterna. Si Natalia Oreiro se sentía en las nubes al lograr interpretar el personaje que tanto había querido encarar; con Rodrigo Romero, el casting realizado es sencillamente perfecto.
omero habla, gesticula, se mueve y hasta canta, igual que Rodrigo Bueno. Son muchos los momentos en los que nos relajamos y olvidamos que estamos viendo a un actor con su personaje, Romero es Bueno, Rodrigo es Rodrigo. Nuevamente los secundarios funcionan como una ajustada maquinaria de reloj, Florencia Peña tenía todo para desplegar un gran histrionismo como Beatriz Olave, pero no, inteligentemente elige un tono más medido, sabe que la película no es de ella.
Se ve como una madre abnegada, que da todo por su hijo (relega su vida al lado de un hombre que no la trata del mejor modo con tal de asegurar un futuro para su crio), que tiene un destino pre configurado para él, y no va a dejar que nadie se le cruce en su camino/el camino de su hijo; es ambiciosa; ella parió a Rodrigo, y forjó al Potro.
Ni siquiera exagera en su imitación del acento, se sabe que Flor es porteña, su acento es apenas sutil, casi imperceptible, muy acertado.
Diego Cremonesi como la oveja negra, Julieta Vallina como la tía, y Daniel Aráoz como el padre, demuestran todo el talento actoral que ya les conocemos.
Pero los verdaderos aplausos (además de la mimetización de Romero), serán para Fernán Mirás y Malena Sánchez como la madre del hijo de Rodrigo. Ambos son los personajes más humanos de la película. Los que quizás funcionen como el cable a tierra, y ambos los componen a pura pasión por la actuación.
Mirás es entrañable, Sánchez (que ya merece su protagónico) es dolor comprimido. La banda sonora, obviamente, es un punto alto, aunque no funcione tan aceitádamente con lo que sucede en la trama del film como en Gilda.
Muñoz es la que hace la diferencia. "El Potro: lo mejor del amor", narra una historia con muchos momentos ya hartos conocidos en la televisión, y con una historia de fama desde abajo, que hasta pudo ser prototípica. Pero es ella, con su garra, su apasionamiento, con esos bellísimos planos alegóricos, con sus juegos de luces, sus silencios y sus arranques rabiosos, con ese tono que en buena parte nos hace acordar al "Gatica" de Favio, la que pone el acento, y hace que esta propuesta se eleve.
No importa cuánto haya de verdad, o cuánto se haya ocultado, Muñoz construye un mito propio en su película, un santo sucio, humano; y la sala vibra no solo con la música, también con el latir de sus imágenes.
"El potro, lo mejor del amor", es una película sobre soñadores y luchadores, y su mayor acierto es tener detrás de cámara a alguien que sabe transmitir esos dos ingredientes como ningún otro.