El Potro: Oíd mortales el grito sagrado.
El cine, la música, la literatura, entre tantas otras artes, son sinónimo de inmortalidad, el mundo seguirá girando, los rostros serán otros, pero aquellas canciones épicas seguirán sonando, los clásicos en la pantalla seguirán deleitando a millones y harán de ello un culto, así como en las páginas de los libros el autor nunca jamás podrá morir del todo.
En una época donde el recuerdo de los ídolos está en auge, desde aquellos que han abandonado carne y hueso para imprimir con más vehemencia su espíritu en todos los fanáticos, sea el caso de Gilda o Piazzolla, recientemente, como aquellos que han vuelto a la fama después de años de ausencia, como es el caso de Luis Miguel, con su exitosa serie producida por Netflix.
Entonces le toca el turno al Potro, a Rodrigo, el bebote; aquel joven extraño de pelo largo que se volvió sin duda lo mejor de Córdoba en material musical, (sin entrar en discusiones y comparaciones con el gran ícono La Mona Jiménez) el ascenso fugaz del joven cordobés y la locura que desató por el cuarteto, instalándolo en los teatros y boliches porteños, no tiene comparación alguna ni imitación posible.
Lorena Muñoz, directora de Gilda, toma la vida de Rodrigo y vuelve, una vez más, a inmortalizar al cantante y a entregarnos a la persona detrás de él. Como lo hiciera anteriormente con su protagonista femenina, quizás en una versión mucho más naif que la que nos convoca hoy. Muñoz, aparte de ser una directora fantástica, es una narradora impecable. No hay detalle que se le escape a ese ojo cinematográfico que lleva en sus pupilas, sabe cómo y donde poner la cámara para lograr el mejor plano posible, entiende cuando el actor protagonista tiene que ser un actor consagrado (como fue Natalia Oreiro) y cuando la apuesta va por el lado de un actor no conocido, un don nadie momentáneo agazapado como un potrillo, esperando el momento indicado para ganar la carrera de su vida. Eso fue Rodrigo Bueno y eso es sin duda Rodrigo Romero, el notable actor que encarna al cantante cordobés.
Desde las primeras épocas de Rodrigo, un pibe ingenuo y bonachón que cantaba canciones románticas y melosas, hasta convertirse, luego de la muerte de su padre, en la figura absoluta del cuarteto cordobés. Aquel loco lindo de los pelos azules, rojos, verdes, víctima de una exposición acelerada en los medios y en el público. El relato planea sobre la vida del ídolo y da cuenta de aquel lado invisible de la fama, los excesos, la angustia precipitada, la peor soledad rodeado de gente. Y encuentra en el actor Rodrigo Romero un diamante en bruto, del cual pareciera se puede seguir y seguir sacando emociones, gestos, sonrisas, guiños de ojo, propios de Rodrigo Bueno, es así que el actor no interpreta a Rodrigo, el actor es Rodrigo, en la luz de su éxito y en la sombra de sus pesares.
El resto del elenco es otro acierto de la directora, Florencia Peña brilla como la madre de Rodrigo, con algún tinte presente del complejo de Edipo;es esa madre, todos recordamos, moría por su hijo. Peña compone a una Beatriz Olave perfecta, no importa la tonada cordobesa, importa haber encontrado el tono, la mirada y el espíritu de una madre dispuesta a todo por su hijo. Lo mismo para Daniel Aráoz como el padre y párrafo aparte para Fernán Mirás, en el papel del Oso, representante y amigo del cantante. Mirás debería tener más papeles que estén a la altura de su calidad actoral, o más directoras que lo sepan aprovechar como Lorena Muñoz.
Más allá de la controversia sobre si rubia o morocha, Jimena Barón prende fuego la pantalla como Marixa Bali, dotando de una química absoluta a la relación con Rodrigo Romero, misma pasión que llevaron en la vida el potro y la bailarina cantante. Y Malena Sánchez, interpretando a Patricia, la mujer con quien Rodrigo tuvo a su hijo Ramiro, demuestra una vez más que es de las actrices jóvenes más talentosas del momento.
Rodrigo Bueno fue sin duda “lo mejor del amor”, en cuanto al cuarteto musical, Lorena Muñoz es de las mejores directoras con las que cuenta el cine argentino, de mirada sensible y filmografía poética. Queda por decir, entonces, que El Potro, reúne dos talentos mancomunados en una propuesta emotiva como su protagonista merecía, una leyenda que vuelve a abrazar la inmortalidad.