Tras el éxito de "Gilda: No me arrepiento de este amor", la directora Lorena Muñoz presenta ahora su segundo biopic, "El Potro: lo mejor del amor". En conjunto, un díptico de la bailanta con la imagen de sus dos grandes ídolos muertos en similares (pero no iguales) circunstancias. Sueño, esfuerzo, ascenso, consagración, desgracia, peldaños habituales en la historia de muchos músicos, se manifiestan en ellos con dolorosa cercanía. Y ambas películas los describen en forma clara, clásica y eficaz.
Lógicamente, hay diferencias porque la naturaleza de los personajes era muy diferente. Gilda encarnaba la dulzura, la belleza, la armonía, y llevó una carrera bastante metódica, dentro de lo que el ambiente le dejaba. El Potro Rodrigo, en cambio, era la embestida, la chacota, el griterío, y su carrera fue un torbellino que parecía llevarse puesta cualquier cosa que se le pusiera adelante. Se comía el mundo. Y fue muy breve.
Muñoz describe los pasos vacilantes del cachorro en busca de un estilo, la muerte del padre, y al fin la explosión, y con ella los desmanes. Esto ya es sabido, y lo refiere de modo bastante discreto, aunque por ahí alguien ponga el grito en el cielo. Al contrario, bien podría pedirse un poco más de locura. En la vida del ídolo no entraban la quietud ni el término medio (y mucho menos la solemnidad, acá puede aceptarse que una famosa morocha sea interpretada por una rubia, pero no que aparezca la más mínima frase solemne).
Lo encarna muy bien Rodrigo Romero, toda una revelación. Acompañan bien Daniel Aráoz, Fernán Mirás, Malena Sánchez, Florencia Peña. Varios temas encajan debidamente. En los créditos, Tamara Viñez, coguionista, María Laura Berch, directora de casting, y una buena cantidad de técnicos que estuvieron en "Gilda" y repiten gustosamente.