En el medio del boom de biopics que se está viviendo a escala mundial, Lorena Muñoz, ha podido, una vez más, construir un apasionante relato sobre uno de los ídolos populares argentinos más recordados de los últimos tiempos, Rodrigo Bueno.
Si en “Gilda, no me arrepiento de este amor”, junto con Natalia Oreiro, Muñoz había consolidado, y tras una serie de sólidos documentales, un estilo propio de narrar hitos biográficos de la cantante, en “El Potro, lo mejor del amor”, eficientemente dosifica información sobre Rodrigo para generar un intenso relato sobre la construcción de un artista.
En esa construcción, claro está, y partiendo de la base del conocimiento público de su vida, la decisiva elección de los momentos claves de su carrera permiten direccionar la mirada hacia un lugar menos conocido del artista, uno alejado de los escándalos mediáticos y los romances que le exigían, en cuanto programa vespertino de chimentos que se precie, paternidad, dinero y mucho más.
En “El Potro: Lo mejor del amor” asistimos a sus inicios, sus primeros pasos en la música, su decisión de orientarse al cuarteto y a partir de allí comenzar un meteórico ascenso que culminó con los célebres recitales en el Luna Park mimetizándose con el estadio y su origen pugilístico.
Pero también hay un interés por mostrarlo humano, con sus conflictos pasionales, su dolores, sus pérdidas, su familia rodeándolo cual satélite, y sus “picardías” para evitar seguir algunos lineamientos, necesarios, claro, para mantener una carrera ordenada y “limpia” a fin de responder a todas las obligaciones contractuales que iban apareciendo.
Muñoz espía los espacios, nos introduce en la intimidad de cada uno y se apoya en la solvencia actoral de los protagonistas, desde ese Rodrigo interpretado por el debutante Rodrigo Romero, que más allá del parecido, transmite la pasión y el carisma del artista, pasando por Fernán Mirás, Daniel Aráoz y Florencia Peña, como esa abnegada y luchadora madre que con su cuidados, y sobre protección, permitió que el cantante llegara a la cima.
“El Potro, lo mejor del amor” mantiene en vilo al espectador a pesar que conoce el “cuento” que se le va a narrar, y la habilidad de la directora es “revisitar” esos sucesos y resignificarlos dentro de un nuevo esquema en el que las figuras expuestas terminan siendo objeto de miradas y análisis, con referencias a los personajes reales, pero con una nueva configuración que los presenta como personajes del film.
Seguramente habrá defensores acérrimos de los protagonistas que buscarán polémica a partir de si los hechos son o no los que Muñoz y Tamara Viñes (guionistas) deciden contar en la propuesta, y si hay o no más detenimiento en la mujer que ha legado en su hijo la continuación de un nombre y un apellido.
Pero lo que seguramente no podrán decir esto paladines de la justicia biográfica es que “El Potro, lo mejor del amor” es una sensible y honesta producción, que a pesar de estar enmarcada desde un sistema de producción industrial, la mirada y emoción que transmite, es sólo el resultado de una autora que logra conectarse con sus personajes y a partir de allí, con amor y respeto, armar un relato cinematográfico con viñetas importantes de la vida de éstos.