Un guión inteligente sobre los excesos y los abusos de las corporaciones financieras
Realizada con un presupuesto irrisorio (poco más de tres millones de dólares) para los actuales estándares del cine norteamericano, esta ópera prima del guionista y director J. C. Chandor contó con un elenco impresionante: Kevin Spacey, Jeremy Irons, Paul Bettany, Zachary Quinto, Stanley Tucci, Demi Moore, Simon Baker y Mary McDonnell. Los salarios habituales de estas figuras multiplicarían por cinco o por diez el costo final de la producción, pero todos ellos apostaron al proyecto cobrando cifras simbólicas.
Queda claro, entonces, que para sus actores era una película "importante" y -más allá del costado de corrección política que tiene esta historia que denuncia los excesos y abusos de las corporaciones financieras durante la crisis de 2008- se entiende semejante entusiasmo. Estrenada en la competencia oficial del Festival de Berlín del año último, tuvo varios meses después una recompensa inesperada: una nominación al Oscar al mejor guión original. Toda una proeza para un escritor y realizador casi sin antecedentes en la industria.
El precio de la codicia narra 24 horas cruciales en las actividades de una poderosa corporación financiera -bastante parecida a Lehman Brothers- que está al borde del colapso y cómo sus empleados deben afrontar (y ser parte de) una acción desesperada por parte de los dueños para salvarla de la quiebra, sin importar las consecuencias que desaten en el sistema tras el inevitable efecto dominó. En este sentido, el film no sólo expone con crudeza la operatoria salvaje de estos grupos económicos sino también sus implicancias humanas y hasta morales.
Entre un clásico como Wall Street y el cine de David Mamet (los filosos diálogos remiten, por ejemplo, a films como El precio de la ambición), la película de Chandor se sostiene en buena parte gracias a la ductilidad y convicción de sus actores y a la tensión que le imprime el director, quien construye con paciencia y rigor una estructura de thriller, aunque en algunos pasajes asoma el subrayado a la hora de exponer la falta de escrúpulos y el cinismo que imperan en el sector.
Más allá de esos desniveles o de ciertas caracterizaciones un poco obvias (el ejecutivo desalmado que ama a su perro hasta el final), El precio de la codicia resulta una bienvenida rareza. Una película que desnuda con inteligencia y valentía, sin jamás degradar a la historia ni al espectador, las contradicciones y miserias de estos tiempos.