Convincente postal del apocalipsis financiero
Stanley Tucci tiene un día horrible en la oficina. Está por descubrir que la empresa para la que trabaja, una especie de Lehman Brothers de ficción, está a punto de quebrar. Pero justo lo despiden luego de casi veinte años en la firma, y lo hacen de un modo bastante humillante, cortándole el celular, y haciéndolo acompañar a la calle con sus efectos personales por personal de seguridad. Sin embargo el empleado modelo se las arregla para darle a uno de sus asistentes un pendrive con los datos apocalípticos.
El resultado es que el asistente analiza los datos, se da cuenta de que se está yendo todo al demonio, y a las 11 de la noche de ese mismo día está llamando a uno de los jefes, que llama a su superior y de golpe todos están buscando desesperadamente a Tucci y armando una reunión de directorio de emergencia a las 4 de la mañana.
«El precio de la codicia» intenta reconstruir un día aciago en una de las firmas culpables de la última crisis financiera mundial y, dado lo frío del tema, lo hace bastante bien, utilizando grandes actores para que estos personajes actúen con realismo e incluso con humanidad. El director debutante J.C. Chandor, también guionista, intenta darle un poco de suspenso al asunto y por momentos lo consigue, aunque en general su opera prima es un drama un tanto frío y maniqueo, donde cada tanto surge, por ejemplo, la comparación entre el trabajo físico, o el diseño de un puente, con la actividad financiera. Gracias a algunos buenos diálogos y, por sobre todo, gracias a los actores que los dicen, el asunto se sostiene, con momentos brillantes, como cuando el gran jefe Jeremy Irons le recuerda a un conflictuado Kevin Spacey que «detalle más detalle menos, venimos haciendo lo mismo desde hace casi 40 años».
Pero, más ellá de estos picos de talento y algunas buenas descripciones de un mal clima oficinesco, esto no es «Wall Street», le falta intensidad dramática y el dinamismo que necesita toda película realmente eficaz.