Esos aviesos tiburones de Wall Street...
En primer lugar aclaro que la temática que aborda esta correcta opera prima de J.C. Chandor no es precisamente de mi agrado. En segundo lugar encuentro que el conflicto que desarrolla –el instante en que explota la crisis económica en una compañía financiera allá por 2008 en Nueva York- debería funcionar como contexto o background. Eso es lo que me interesaría ver a mí, pero sería otra película… una que a Chandor no le inquietó hacer. Como relato coral animado por ejecutivos y brokers la historia está bien llevada, no lo niego, aunque tampoco seduce. No hay personajes con quienes empatizar, excepto el de Kevin Spacey que está obviamente humanizado para que el espectador se identifique con alguien, y sin embargo si vale la pena El Precio de la Codicia es por lo que aportan sus conocidos actores. Jeremy Irons, Simon Baker, Paul Bettany, Stanley Tucci, Demi Moore y Zachary “Spock” Quinto, además uno de los productores, se desempeñan magníficamente aunque si analizamos fríamente el guión no hay muchas escenas superlativas como para que puedan lucirse. El tópico quizás sea importante pero no por afrontarlo y enunciar cierta tendencia al realismo (para naturalismo le queda grande) podemos hablar de un trabajo memorable. El Precio de la Codicia, como sus personajes, es ambiciosa pero no sé si está tan bien escrita como muchos aseguran…
¿Qué se puede decir sobre el ambiente bursátil que no haya sido tocado hasta ahora? Muy poco, realmente. El anclaje histórico es aquí trascendental pero las motivaciones y acciones de sus protagonistas son las mismas de siempre: por la plata baila el mono, amigos… No obstante, sí es curioso observar cómo se relacionan jefes y subalternos en este esquema de roles. Irónicamente el que mejor capta lo que sucede, y al que a los demás les cuesta bastante seguir en su línea de pensamiento, es Peter Sullivan (Zachary Quinto) el empleado más inexperto del Departamento de Riesgos (divierte ver las reacciones de la junta de ejecutivos al revelarse que este buen muchacho es un ingeniero espacial egresado del MIT).
La trama narra las 36 horas claves a partir del descubrimiento de la ecuación que anticipa la debacle económica que haría trizas a los Estados Unidos (y a varios países más; ni los argentinos nos hemos librado de ella). En un comienzo lleno de tensión somos testigos de cómo despiden a una cantidad de gente de la empresa para la que trabaja Eric Dale (Stanley Tucci), jefe de Peter y del analista Seth (Penn Badgley). Tras una escena humillante en la que dos mujeres enviadas por la compañía le notifican que debe retirar sus objetos personales de la oficina, Eric le entrega un pendrive con un proyecto inconcluso a Peter. Le advierte con razón antes de marcharse del edificio: “¡Cuidado con eso!”. En ese pequeño dispositivo Peter detecta el embrión de lo que sería una auténtica bomba para el mercado de valores. Alarmado llama a su flamante superior Will Emerson (Paul Bettany) para notificarlo...
Tras esta situación desencadenante empieza un efecto dominó fascinante a medida que las malas nuevas son impulsadas de forma piramidal hasta que entra en escena el capo di tutti capi, John Tuld (toda una creación del inglés Jeremy Irons). Este bastardo despiadado no teme en aniquilar toda la economía del país con tal de no perder plata. Uno de los pocos momentos realmente vibrantes, al menos desde lo actoral, ocurre cerca del final. Un distendido Tuld almuerza animadamente mientras el mundo se cae a pedazos; sin dejar de comer, le explica a un apesadumbrado Sam Rogers (Kevin Spacey) su visión sobre los negocios. “Es sólo dinero –pronuncia muy suelto de cuerpo-, un invento, pedazos de papel con dibujos para que no debamos matarnos para conseguir algo de comer. No es algo malo…”. Luego, tras citar las crisis más importantes de los últimos dos siglos, completa su monólogo frente a un callado Rogers: “No podemos controlarlas, sólo podemos reaccionar. Ganamos mucho dinero si acertamos y quedamos a un costado si nos equivocamos…”. ¡Este señor sí que le da una nueva dimensión al adjetivo inescrupuloso!
En el epílogo Rogers debe hacerse cargo de una tarea ingrata, dolorosa. Se parece mucho a una metáfora: Chandor cierra la película a través del único personaje capaz de expresar culpa. Una buena idea desde lo conceptual para un thriller sobrio y profesional que por suerte no se empantana con diálogos farragosos sobre cuestiones tan técnicas que ni los mismos ejecutivos de la financiera entienden a fondo…