La llamada de la selva
Cuando leí acerca de una película de la crisis financiera de estos últimos años (cuando la famosa burbuja estalló en EEUU y por ende, resultado de esa palabra ya vieja "globalización", a escala mundial) no creí que el resultado alcanzara un nivel satisfactorio, en parte porque me parecío que las finanzas no son terreno de comprensión para los simples mortales (acaso por eso funcionan tan bien para tan pocos, las manos mágicas del libre mercado). Pero la decisión de El Precio de la Codicia, cuyo título original es Margin Call, de acotarlo a un momento, a una noche, transforma esa gestación de años a una "llamada" y nos enfrenta a la tensión de la urgencia, dejando un thriller intenso, en donde todo se define en quién sale primero a quemar las naves.
A priori parece convencional. Actores de renombre, drama que podría adivinarse televisivo, una historia verídica (o lo cerca que puede ser posible). Un film que podría diluirse en medio de la madeja de operaciones bursátiles pero que no es así. Funciona, y uno siente que se esta cociendo un guiso que va a caer mal a todos. La historia se apoya en un guión férreo, las pequeñas batallas personales llevadas adelante sin estridencias ni vueltas de tuerca construyen la tragedia. Esas personas que se manejan por mayor elevación, ni siquiera el verde cielo es el límite, siempre puede haber más dinero. Antípodas, el personaje Tucci queda relegado a la calle y el de Irons pertenece al cielo.
El punto fuerte de la película son sin lugar a dudas las actuaciones. Hay nombres: Tucci, Bettany, Spacey, Irons (entre otros), pero que como sabemos muy bien, eso no asegura nada. En esta ocasión si. No sobran el gesto, no golpean el escritorio para cargar de espectacularidad un plano, con una mirada, quedarse callados, alcanza. Sin mayor expresión que un resoplido o tomarse la cabeza frente al fin de una era que sabían iba a suceder. Como se explica, siempre sucede, lo que les duele es que les suceda a ellos, el saberse los enterradores. Pura carnicería capitalista.
En la aparición de un Jeremy Irons vampírico se marcan las pautas de cómo se mueve el mercado, sangrar el último truco bursátil hasta la muerte. El británico con tanta racionalidad financiera llena la pantalla de una lógica e inescrupulosidad que asusta.
Uno entra en la historia absolutamente convencido de las movidas de sus personajes, se siente atrapado frente al espanto, el morbo no nos deja apartar la vista y finalmente, cuando no quedé más que enterrar el muerto, habrá que sudar un poco, pero sin siquiera quitarse la corbata.