Debería inquietarnos no solo como espectadores sino también como sociedad que un realizador como Todd Haynes (Carol, Far from Heaven…) tome las riendas del thriller para hablar de algo en apariencia pedestre. Sus búsquedas recientes han tendido a los melodramas del alma norteamericana. Tomemos en cuenta además que el tema central de esta ocasión parte de un artículo escrito por Nathaniel Rich en el New York Times sobre los efectos dañinos del teflón en los seres vivos*. Lo central es que la inquietud está afianzada discursivamente en la obra no como un prejuicio sino por cómo se desenvuelve en el nivel visual.
Consideremos para ello que más del 90% de los planos de El precio de la verdad están marcados por líneas verticales y horizontales. Esto no es una mera repetición geométrica. En una de las primeras tomas, la seguidilla de cortinas en la firma donde trabaja Rob Billott (Mark Ruffalo) nos sugiere un drama encubierto pero con las tonalidades poco cálidas de una oficina de abogados. Las líneas enfrentadas en varios momentos posteriores nos muestran a un protagonista arrinconado por su necesidad de proteger al indefenso Tennant (Bill Camp), el primero que notó los efectos medioambientales de la empresa Dupont sobre su granja en West Virginia. Pero ese mismo exceso nos genera desconfianza en las linealidades cronológicas que marca el guion con respecto al seguimiento de los casos investigados desde los 70s por Rob. Haynes es tan minucioso en esto que cuando llegamos al tramo final de los años 2000 y caemos en cuenta de que la investigación no progresó en esa época, el simplísimo cambio gráfico en la fecha anual sobre un fondo negro descoloca.
Y de hecho ya la película nos ha preparado a la impersonalidad de los procesos judiciales cuando descubrimos el alcance letal del químico C8 en los trabajadores de DuPont. En voz de Mark Ruffalo y mediante reacciones de Sarah, su esposa embarazada (Anne Hathaway) y con un montaje alterno, tal descubrimiento progresa como una perturbación en el parto de ella, en su jefe (Tim Robbins) y en él mismo. Así como esta simultaneidad significativa consolida la desconfianza en lo lineal, la firma de Haynes también está matizada en el hecho de que ese químico vendido como una maravilla para las amas de casa, no es tal cosa. Que él no recurra a teorías conspirativas sino a una atención a la ignorancia indiferente de los directivos de Dupont es un acierto a buscar responsables y no echar a la suerte las decisiones de sus personajes.
Y si se le puede achacar con razón a la película que tambalea por ciertos actores o escenas exageradas en el nivel técnico como cuando a Rob le da una embolia, reconozcamos que son detalles menores. Cuando ruedan los créditos a quienes pone en primer lugar es a las personas que padecieron directamente las consecuencias de estos experimentos. Son ellos quienes aparecen como hitos en la historia, entre ellos Bucky Bailey, quien nació con una malformación facial debido a los experimentos, y Barry G Bernson.
Si creíamos que Haynes solo desmontaba géneros de la cinematografía para hurgar en los conflictos humanos de las minorías raciales o sexuales, ahora desmonta una gran corporación desde el lado más humano. Lejos de la indignación o el sentimentalismo, hay un detalle clave para intuir esto: la circularidad visual. Detallemos los cortes de cabello sobre todo de los personajes femeninos y qué rol representan. Como si las curvas nos acercaran al desengaño, muchas víctimas y la propia Sarah tiene un corte circular que alivia su gestualidad. Y sus actitudes nunca se victimizan ni cuando nos enteramos de que dejó a un lado su carrera como abogada para ser ama de casa. No olvidemos que en otras películas de Haynes los rostros enmarcados en círculos nos hablan de soledades en busca de su propia protección como Cathy y su pañoleta lila, y el corte masculino de Therese.
De todas maneras, en caso de que desestimemos la película por sus tropiezos, mínimo dejemos a un lado el llamado a la indiferencia y el carácter tóxico de la expresión “ponerse un traje de teflón” como si un anti resbalante fuese mágico o la ignorancia nos salvara. Como cierra la película, el 99% de los seres humanos tenemos el químico en el organismo. Así que la indignación y la indiferencia son vacuas frente a enfermedades que ha creado químicamente el ser humano y ante las que hace caso omiso.
* https://www.nytimes.com/2016/01/10/magazine/the-lawyer-who-became-duponts-worst-nightmare.html?0p19G=3248