Este es otro nuevo invento de Andrew Niccol, el realizador de culto detrás de Gattaca y el libreto de El Show de Truman. Acá Niccol se mandó con otro futuro onda retro en donde la gente vive hasta los 25 años y, a partir de allí, cobra, roba o pide prestado tiempo para alimentar un reloj biológico que les impide morirse (y que les dice lo que les resta de vida). El resultado final es una pavada extremadamente elaborada, la cual resulta imposible tomar en serio a menos que uno la considere como una alegoría.
A mi juicio, Niccol es un autor sobrevaluado. Mucha gente se desvive por Gattaca, y en mi opinión, es una obra cargada con una cuota de problemas importantes. Algo parecido ocurre con El Precio del Mañana: la premisa es extremadamente idiota - toda la gente anda con un relojito quartz implantado en el antebrazo, y usan sus manos como si fueran dispositivos USB para intercambiar tiempo como si fuera dinero -, pero es llevada a un grado de sofisticación tal que resulta digno de admirar (y lo digo con total sinceridad). Eso no quita que haya momentos en que la historia bordee lo ridiculo, tensando la cuerda de la credibilidad más allá del limite permitido.
En un principio Niccol parece haberse inspirado en la premisa de Fuga en el Siglo XXIII (1976), en donde toda la gente tenía un plazo de caducidad genético e inevitable y que estaba plantado en la edad de 25 años. Pero en vez de obsesionarse por la existencia de dicho plazo (quién lo puso y por qué, etc), Niccol construye un universo alternativo en donde hay toda una sociedad lucrando con el intercambio del tiempo - indispensable para seguir alimentando el reloj biológico que las personas poseen implantadas de nacimiento -, y se dedica a mostrarnos el modelo en funcionamiento. Hay ladrones de tiempo, hay guardianes del tiempo (policías que investigan el tráfico ilegal del tiempo), hay banqueros que prestan tiempo, hay asalariados que cobran tiempo, y hay gastos que se pagan con tiempo... los cuales suben de precio todos los días. Toda esta gente vive en zonas divididas con murallas, como si las clases sociales estuvieran atrincheradas en guetos de mayor o menor lujo y resultara imposible cualquier tipo de intercambio entre ellos. Ya que la gente se desespera por el tiempo uno puede ver al mismo como si fuera una especie de droga, o bien, que todo esto se trata de una metáfora sobre la vida moderna. Los pobres corren, los ricos no saben qué es eso - ya que disponen de todo el tiempo del mundo y no padecen urgencias ni necesidades -, y las clases sociales son inmodificables como si fueran castas inexpugnables. A su vez está la imagen de la explotación de las clases bajas con precios cada vez más caros, lo que termina con gente muerta en las calles ya que precisa cada vez más tiempo para pagar sus deudas.
Pero en el fondo lo que hace Andrew Niccol es despacharse con una alegoría sobre la sociedad norteamericana posterior al derrumbe financiero del 2008. Ricos explotando a los pobres, succionándoles la vida con productos y servicios sobrevaluados; generando un darwinismo social en donde la gente muere por millares debido a que se necesita un cierto equilibrio entre los recursos disponibles y los demandantes de los mismos. Los aristócratas como casta acomodada cuya existencia sólo puede ser amenazada por un golpe de mercado - una inyección millonaria de recursos que estaban fuera de circulación, como ocurre en la película -; y una rebelión masiva de los pobres contra el capitalismo salvaje que lo explota. En el fondo El Precio del Mañana es una alegoría marxista, en donde los dólares han sido sustituidos con dias, horas y minutos. Traduce - aunque de manera camuflada - el resquemor que los estadounidenses han desarrollado contra esos individuos que se han hecho obscenamente ricos gracias a una manipulación financiera despiadada. Gente que no ha fundado fábricas ni se dedica a comprar / vender nada, sino que son sanguijuelas chupasangres que han hecho fortuna lucrando de manera salvaje en la timba bancaria y bursátil que supone Wall Street.
Mientras que todo ello suena muy bonito y hasta interesante, en la práctica deja bastante que desear. En un momento Justin Timberlake se convierte en una especie de James Bond con cronómetro incorporado - jugueteando con el villano millonario de turno y birlándose a la chica (bah, su hija) - , y en el otro compone con Amanda Seyfried una especie de duo a lo Bonnie & Clyde, sólo que con autos clásicos reestilizados y dotados de motores eléctricos. Detrás de ellos viene un policía (Cillian Murphy, al que nadie le informó que hace rato dejó de tener 25 años y, por lo tanto, no posee el physique du rol que requiere su papel) que parece tener su propia agenda, y hay momentos en que todo esto pareciera transformarse en una especie de Freejack (1992) - con otro oficial de la ley volviéndose cómplice de los fugitivos -. El problema es que tanto el policía como los mafiosos resultan ser artilugios insertados en el libreto como para ofrecer alguna que otra persecución interesante y, cuando llega el momento de resolver la suerte de dichos personajes, Niccol los aborta de una y de la manera más insulsa posible. ¿Para terminar así tuvieron tanto tiempo en pantalla?.
El relato tiene su cuota importante de inconsistencias internas - empezando por los bancos ubicados en los guetos, los cuales carecen de la más mínima custodia policíaca -, y tampoco la relación amorosa entre Seyfried y Timberlake es algo que uno pueda catalogar de brillante o apasionante. Todo ello se decanta en un filme que tiene su cuota de extravagancias, de momentos muertos, de persecuciones rutinarias, de situaciones ridículas, y de resoluciones abruptas. Quizás lo que precisaba el filme hubiera sido un segundo guionista, un tipo que escribiera una mejor historia principal para ubicarla en el universo que inventó Niccol.
El Precio del Mañana está ok. Tiene cosas interesantes y cosas ridículas, y depende del grado de tolerancia de cada uno para digerirlas o no. Pero como thriller futurista pochoclero zafa, y en el fondo eso es lo importante.