Alguna vez Steven Spielberg dijo que una película debe introducir al espectador en un universo diferente, y no caben dudas que Andrew Niccol lo ha logrado en su filmografía, más aún dentro del terreno de la ciencia-ficción y afines, especialidades suyas. Responsable de una obra maestra como Gattaca, uno de los mejores films contemporáneos del género, el guionista y realizador ha sido capaz de ofrecer un par de films fuera de serie como El señor de la guerra, que no a será de ciencia-ficción pero por su estética se le acerca y Nicole, otra pieza distintiva. También fue autor del emblemático The Truman Show de Peter Weir, y de La terminal del mencionado Spielberg. En El precio del mañana, con su creatividad habitual, logra agrupar un puñado de ideas atrayentes relacionadas con el control del envejecimiento humano, el concepto de “tiempo es dinero” y el poder hegemónico de los relojes inventados por el hombre, en este caso convertidos en cronómetros de la muerte, y a la vez de la vida. Muchos temas a la vez enmarcados con una estética singular que muestra un futurismo moderado, dentro de despojadas locaciones urbanas.
Niccol incluye cierto contenido reflexivo y algún hálito de rebelión frente al sistema, pero apuesta en esta oportunidad a combinarlo con la acción y el entretenimiento. El resultado es ambiguo, da la sensación que se quedó a mitad de camino por no jugarse por entero por una de las opciones. Justin Timberlake, Amanda Seyfried y Cillian Murphy, tres buenos intérpretes jóvenes, no se destacan especialmente dentro de un film que pudo haber alcanzado mayor envergadura. Pero dotado de una trama de la que no vale la pena contar demasiado, como para internarse en ella, sorprenderse, y sacar conclusiones.