Aunque Andrew Niccol es mucho mejor guionista que director (comparen su escritura de The Truman Show con su dirección de Gattacca), no se le puede negar talento para combinar problemas éticos surgidos del uso y abuso de la tecnología con las herramientas del entretenimiento. En este caso, se trata de un film de suspenso ambientado en un futuro donde todo el mundo aparenta como máximo 25 años, donde cada persona vive un tiempo determinado (el tiempo que vive es, literalmente, dinero) y donde alguien pobre es acusado de un crimen que no comete (el gran Justin Timberlake: estrella pop, comediante, actorazo, presencia cinematográfica pura). Hay un romance entre chico pobre-chica rica, y esto sirve para pintar no el mundo de mañana sino, por metáfora interpuesta, nuestro mundo. El “defecto guionista” de Niccol -frases de más, algún subrayado- no alcanza a invalidar una película interesante que, junto a thrillers como Los agentes del destino u Ocho minutos antes de morir, devuelven la ciencia ficción al campo de la especulación social y política.