Resulta sin dudas complejo reseñar y calificar un film de las características de El predio. Una pieza que desestima la narrativa cinematográfica y aún los principios básicos de cualquier documental, que, por más de avanzada que sea, ofrece al menos un registro audiovisual. La pieza de Jonathan Perel es también eso, una descripción visual, pero en este caso decididamente contemplativa, despojada de los conceptos clásicos empleados en el género. Tomas fijas, planos estáticos, ausencia de cualquier tipo de intervención por parte del realizador –obviamente no hay narración alguna-; un todo que conforma una visión absolutamente particular. Una visión desposeída fundamentalmente de vida, como un elemento clave que la define. Las imágenes de muros, salas ruinosas en proceso de reacondicionamiento, instalaciones artísticas, avances de actos culturales, dentro de los vestigios fantasmales de un pasado trágico, se van acumulando toma tras toma a través de una verdadera apuesta estética y expresiva. Fotos en movimiento de una realidad molesta, a través de las cuales El predio por momentos se transforma en una radiografía espeluznante de la muerte. Para apreciar con paciencia y sin preconceptos.