El Predio es, ante todo, un documental de observación. Como tal, se dedica, en este caso, a observar un espacio. Lo cinematográfico, lo artístico, en este subgénero documental, viene dado más que nada por la fuerza del interrogante que se suscita en el espectador al colocarlo como un observador real de dicho espacio. Apela al ojo crítico, desmenuzante, atento y reflexivo. Y lo logra con creces.
Lo que se propone Perel, en efecto, no es más que eso: lograr interrogar al espectador o, en su defecto, lograr que éste se vea enfrentado inevitablemente a sus propios interrogantes internos acerca del espacio en el que es insertado súbitamente.
La problemática que rodea dichos interrogantes y el ingrediente principal del que se nutre la película para lograr incentivarlos tiene que ver con la memoria. En efecto, El Predio se trata, ni más ni menos, que del predio de la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada), antiguo centro de detención, tortura y asesinato de nuestro último golpe militar, el más sangriento parricidio de nuestra historia. Hoy en día, dicho espacio es conocido como ex-ESMA o Espacio para la Memoria; y esto es precisamente uno de los puntos más fuertes que el documental se encarga de poner arriba de la mesa para analizar y reflexionar al respecto: ¿Hasta qué punto estamos preservando la memoria? ¿Hasta qué punto la estamos capitalizando verdaderamente y hasta dónde la estamos usando, en realidad, como simple excusa para intervenirla culturalmente? Es decir, ¿hasta qué punto esto es posible, crear encima sin destruir? Sin caer en prejuicios ni en juicios de valor, el documental, con infinita paciencia, recorre las instalaciones poniendo esto en evidencia. Traza una línea que bifurca el pasado del presente: lo viejo, lo oxidado, lo acumulado; frente a lo nuevo, a las construcciones que se están dando lugar allí, a los eventos culturales y demás.
Pero ahora bien, Perel en ningún momento nos habla de esto. Si bien nosotros sabemos perfectamente que se trata de la antigua ESMA aún antes de entrar a la proyección, la película se propone retratarla ni más ni menos que como su propio título lo indica: como un predio, como un espacio, como un lugar abandonado, sepultado como por las elevaciones del terreno que suelen tapar a antiguas vías de tren en desuso. La forma en la que se basa la película para narrarse también se asocia a esto mismo: planos fijos, silencio, apenas algunos sonidos ambiente de fondo del mismo lugar, nada de narraciones explicativas ni placas introductorias. De esta manera, el director consigue hacer hablar al espacio. Dejar que éste cuente su propia, tenebrosa y abundante historia, la cual, aún hoy, treinta y cinco años después, todavía tiene mucha tela para cortar. Pone en evidencia que, muchas veces, las distintas actividades culturales, ya sea la huerta de papas que nos muestra, el cineclub improvisado, u otras que se suceden, por más bienintencionadas que sean, no ayudan por completo a cultivar la memoria. En algún punto tapan más de lo que muestran. Desvirtúan el verdadero eje de reflexión que debería haber allí. En efecto, ¿hasta qué punto un espacio como éste debería y puede ser reconstruido, restaurado? ¿En qué medida esto significaría una apertura a un espacio verdadero de la memoria y en qué medida esto lo clausuraría, rellenaría ese sótano simbólico y literal para que no podamos volver a verlo ni reflexionar acerca de él?
Frente a esto, la forma adoptada por el director no sólo interroga, sino que además propone. Propone que, a veces, el silencio, la contemplación y la reflexión, los tres elementos base de la película, son las mejores herramientas que uno tiene para ejercitar la memoria. Muchas veces el silencio es el mejor jugador para contemplar, intentar imaginar, carnificar, ver mentalmente qué es lo que pasó allí, las personas que fueron privadas de su libertad, de su propio cuerpo. Apela a la ausencia absoluta de estos cuerpos en este espacio vacío, monótono. Da a entender que a veces las palabras explicativas no alcanzan o directamente son inadecuadas para la reflexión sobre lugares como este. Al valerse del poder simbólico del silencio junto al plano fijo, estático, mostrando una pared descascarada, agujereada, demolida, las cañerías oxidadas, los cuartos atiborrados de objetos viejos; finalmente, el metraje, a mi entender, consigue llegar a una suerte de interrogante final: ¿Cuál sería la responsabilidad del arte frente a todo esto? ¿En dónde debería pararse frente a los horrores que se acontecieron en este espacio?.