Más que exaltar la hazaña espacial, el film ensaya un homenaje al ser humano. La cosa no es con la luna ni con la Nasa. Lo de Chazelle va por otro lado. En “Whiplash” y “La La Land” había mostrado sus cartas: el hombre, con su obstinación y su coraje, es capaz de hacer a un lado casi todo cuando lucha por un ideal. Y en esa empresa, logros y pérdidas casi siempre van juntas. Lo vimos en “Whiplash” y “La La Land”. Y aquí se apoya en una historia real para recorrer el mismo camino.
Es un retrato del astronauta Neil Armstrong, aquel que dio el primer paso humano en la luna, un tipo taciturno, parco, distante que para llegar debió superar varios obstáculos. Neil había perdido a su pequeña hija y estaba decidido a arriesgar su amor hogareño con tal de alcanzar la meta que se había fijado: desafiar las distancias y caminar sobre una tierra sin huellas. Por eso, por querer ocuparse más de la empresa humana que del desafío espacial, el film gasta demasiados minutos en mostrarnos a Neil en la cabina, en sus ensayos y finalmente en el Apolo, soportando ruidos y percances, sin flaquear jamás, aportando coraje y disciplina, un sujeto inexpresivo y frío que parecía haber encontrado allí, en ese espacio sin nadie, en ese silencio primordial, su mejor lugar.
El film por supuesto logra su momento cumbre cuando sus ojos se posan en esa luna arrugada, que parece esperarlos. Pero hay buen cine en los preparativos, aunque sólo hallazgos visuales y pocas palabras en las escenas hogareñas (pese al magnífico trabajo de Claire Foy, dándole vida a una mujer intransigente y sufrida).
La película está bien ambientada. No alcanza la altura ni de “Whiplash” ni de “La La Land”, pero siempre se ve con interés y exalta, con más melancolía que afán celebratorio, el espíritu heroico del ser humano, la ética del trabajo, el respeto que exige la ciencia. Y también nos deja ver –como le gusta a Chazelle- que toda gran conquista exige entrega y sufrimiento. Y que la insaciable curiosidad del alma humana siempre llegará más lejos que las naves espaciales. En la tocante escena final, Neil, harto de kilómetros y ausencias, encontrará que los ojos cercanos de su mujer brillan más que la remota luna.