Un gran salto
El primer hombre en la luna (First Man, 2018) es una biopic que como su protagonista rehúye toda noción de gloria o grandeza - más allá de aquellas estudiadas palabras que profiriera al pisar la superficie lunar - para concentrarse en el drama interno de un hombre harto sufrido y los tecnicismos de su profesión. La historia, que comienza con la prematura muerte de la hija de Neil Armstrong, adquiere un tono enlutado del cual jamás se recupera. Armstrong tampoco.
La película está escrita por Josh Singer, guionista de En primera plana (Spotlight, 2015) y The Post: Los oscuros secretos del Pentágono (The Post, 2017); sus guiones priorizan una reproducción casi documental de anécdotas históricas por sobre un núcleo dramático. Hace un buen repaso de los hitos - la mayoría trágicos - de la Carrera Espacial que concluiría el 20 de julio de 1969. El centro emocional de la historia queda a cargo de la dirección de Damien Chazelle, diestro para evocar intensidad y realismo, y Ryan Gosling - el de ojos tristes y silenciosa congoja - en el papel de Armstrong. Su actuación es tan poderosa como discreta.
Seleccionado por la NASA para participar en el programa Apollo, Armstrong muda a su esposa Janet (Claire Foy) y sus hijos y comienza una década de entrenamiento, pruebas y misiones accidentadas. Los proyectos fallan. Sus amigos mueren. El país lentamente le toma rencor a un programa costoso que en nada ayuda a aliviar el apremiante descontento social. El contexto histórico es pincelado marginalmente, y nada nunca es tan interesante como la perspectiva del astronauta. Como en tantas películas de guerra, su esposa no tiene nada para hacer salvo aguardar al lado de la radio o el teléfono y demandar más atención en el momento inoportuno.
Comenzando con el vuelo y aterrizaje forzoso de una nave supersónica en el desierto de Mojave y pasando por cualquier cantidad de situaciones tensas en el espacio, la película presenta todo tipo de triunfos en edición, sonorización y cinematografía. El foco está en la inmersión virtual en primera persona más que en el espectáculo épico. Lejos de la ostentación técnica de Gravedad (Gravity, 2013), Chazelle ancla la perspectiva de las secuencias de vuelo en las chirriantes cabinas de los astronautas y deja que el entorno inmediato palpite y haga eco de la magnitud de lo que están viviendo. El resultado es de un realismo tenso y atrapante.
La película presuntamente se toma libertades sobre su protagonista al adivinar el enigma detrás de su introversión. Se dan varios motivos para ir a la luna pero el definitivo parece estar relacionado con la catarsis de un hombre dolido. El final es inesperadamente sentimental y probablemente no verídico pero a efectos de esta versión funciona porque concluye un largo viaje de represión emocional. El uso de flashbacks y alucinaciones “motivacionales” está mucho mejor logrado que en algo como Revenant: El renacido (The Revenant, 2015), donde los muertos del héroe adquieren una dimensión simbólica genérica.
El primer hombre en la luna probablemente es una experiencia demasiado lúgubre para recibir la popularidad que merece (ya en Estados Unidos sufrió en la taquilla por obviar la colocación de la bandera estadounidense sobre la superficie lunar). Pero cuenta una historia excepcional de manera atractiva y técnicamente maravillosa sin olvidar la dimensión humana.