La nueva película del director de “La La Land” es un visualmente impactante pero psicológicamente banal recuento de los programas espaciales de los Estados Unidos a partir de las experiencias tanto personales como profesionales de Neil Armstrong, a quien el filme debe su título. Con un gran elenco encabezado por Ryan Gosling, Claire Foy, Jason Clarke, Kyle Chandler y Corey Stoll, entre otros.
El programa espacial transformado en drama personal. La llegada a la Luna mostrada de una manera nunca antes vista. El punto de vista íntimo, fáctico, de una década de inmensos y delirantes avances tecnológicos respecto a la conquista del espacio. Todo eso intenta ser FIRST MAN, la nueva película del director de LA LA LAND, Damien Chazelle. Y a lo largo de 140 minutos no se puede decir que no cumpla su cometido (la película es, en cierto modo, todo lo que se propone ser) solo que lo que empieza resultando apasionante se va volviendo un tanto cansino y repetitivo con el correr del tiempo.
Acaso lo más impactante de la película, en su primera mitad, es la manera en la que el programa espacial (los viajes, ejercicios y pruebas que se realizaban en competencia con los soviéticos) es mostrado de una manera realista y cruda, al punto que uno se vuelve consciente, tal vez como nunca antes, de las precariedad de esas naves de lata, de esos viajes hechos en condiciones que hoy parecen inimaginables. Esa parte física, ver cómo los astronautas rebotan por las cabinas que tiemblan y vibran mientras unos aparatos que hoy se ven primitivos recorren el espacio exterior, es lo más impactante de la película, casi su razón de ser visual, puramente cinematográfica.
El otro eje del filme tiene que ver con la decisión de Chazelle de poner todo el programa espacial de la década en el contexto del drama personal de los protagonistas. Si bien es un eje muy utilizado en el cine de ciencia ficción reciente (como comentaba una colega a la salida del cine, de LA LLEGADA a GRAVEDAD, entre otras, muchas películas de este tipo trabajan metafóricamente traumas personales y familiares), el problema es que en esta película el conflicto se vuelve un tanto obvio, programático, como de escuela de guion.
Es que, al principio del relato uno se entera que Armstrong pierde a una hija pequeña a causa de un cancer. Y ese trauma que él nunca sabe ni logra poner en palabras se vuelve la motivación fundamental de sus actos. De algún modo, FIRST MAN plantea que, acaso, el hombre pudo llegar a la Luna gracias al instinto un tanto suicida de un hombre que no encontraba otra manera de tramitar su dolor que jugándose la vida en esa loca carrera de ir al espacio en naves que hoy parecen de juguete.
Chazelle recorre el programa Gemini y, luego, el Apollo, saltando en el tiempo y dividiendo su atención en los dramas familiares (además del de la pareja que encarnan Gosling y Claire Foy, que está muy bien en las escenas más dramáticas, están los de las familias de otros astronautas) y en las pequeñas y dificultosas conquistas de la carrera espacial. No le importa tanto la épica como entender el sacrificio humano y el duro precio que tuvieron que pagar los participantes de un programa que, en un momento, hasta era rechazado por la mayoría de la gente. En ese sentido no es una película grandilocuente ni pomposa sino una humana y realista. Pero a la vez de eso iba también LOS ELEGIDOS (THE RIGHT STUFF), de Philip Kaufmann, y al menos en mi memoria esa película lo contaba y transmitía mucho mejor, logrando integrar lo épico y lo personal de un modo menos rudimentario.
Lo que sí le da el tiempo qué pasó desde entonces a FIRST MAN es esa capacidad de mirar, desde hoy, el enorme esfuerzo y las precarias condiciones con las que se hacía esta loca carrera espacial, apenas 60 años después del primer vuelo transatlántico. Vistas las naves hoy parece impensable que realmente se haya podido llegar a la Luna (y transmitirse en vivo por TV), lo cual quizás sirva a quienes creen o prefieren pensar que todo fue falso, un puro montaje en un set televisivo. Si no lo fue, lo que logra la película de Chazelle es entender el enorme sacrificio humano y personal que representó viajar en esas naves que se incendiaban por nada y en las que los pilotos apretaban teclas como si fueran de un juego de mesa.
Transformar esa batalla contra los elementos en un ejercicio de superación de un trauma personal logra ser emotivo (Chazelle sabe cómo lograrlo aún cuando uno lo ve venir) pero eso no le quita la sensación de estar simplificando un trabajo y una conquista mucho más compleja. Ahí es donde el guion atenta contra la película. Y el resultado es un empate, que si se transforma en pequeña victoria es gracias a su muy buen elenco y a que el cine, finalmente, encuentra formas de emocionar e impactar que no están previamente tan escritas ni calculadas. Son los elementos, la naturaleza física de las cosas, los que finalmente ganan ambas batallas. En el espacio y en la sala de cine.