Es probable que “El primer hombre…” sea no sólo la mejor película de Damien Chazelle (“La La Land”) sino también una respuesta contundente a cómo acomodar el cine cuando el gran espectáculo monopoliza las pantallas. La historia de Neil Armstrong hasta su primer paso en la Luna combina dos procedimientos: pantalla gigante y cámara muy cerca del protagonista. Lo que permite transmitir las sensaciones de encierro, de angustia y de miedo que rodean a esa epopeya tremenda.
Chazelle hace que Ryan Gosling –que no es tampoco demasiado expresivo– reprima toda posibilidad de emoción y juegue a mirar; la cámara acompaña esa mirada y vemos los pequeños detalles: chapas mínimas, tornillos inseguros, plásticos temibles. Sentimos vibraciones tremendas, la posibilidad de que en cualquier momento llegue la muerte ya desde la primera excelente secuencia. Toda la tecnología –especialmente el sonido– están al servicio de la reconstrucción hiperrealista y minuciosa que combina con el elemento melodramático que es el verdadero tema –presente en las anteriores películas del director: el sentido de la vocación, la necesidad imperiosa, irracional, de atender ese llamado.
Aquí hay, además, la tensión con la vida familiar que está mucho mejor descripto que en el demagógico cuadro final de “La La Land”. Este grado de minucia espectacular solo es posible en el cine. Ahora sí, Chazelle es un cineasta: veremos hasta dónde es capaz de llegar.