Luego del éxito de dos piezas musicales galardonadas por el premio Oscar, Whiplash y LaLaLand, Damien Chazelle decide apostar con First Man a un cambio de género y tono: no sólo aquí casi no hay música (por momentos, casi no hay sonido para que nos concentremos en la soledad del espacio) sino tampoco personajes coloridos ni rebozantes de energía. Más bien, todo lo contrario: hay una historia harto conocida, basada en hechos reales, que se esfuerza por contar el lado humano que no se vio en la llegada del hombre a la luna. Ese lado le pertenece a Neil Armstrong, el astronauta que comandó la misión del Apollo 11, un protagonista absoluto de la historia de la humanidad, que sin embargo mantuvo siempre un perfil bajo, guardando en secreto historias de tragedias personales y un perfil a menudo frío y distante.
First Man viene a contar esa historia, y aunque lo hace con la nobleza de quien respeta los hechos verídicos y rinde homenaje a sus héroes, se queda en no mucho más que lo anecdótico. Lo cierto es que cuesta, como espectador, conectar con el protagonista (pese a una impecable labor de Ryan Gosling) y por momentos los pasajes que lo excluyen del primer plano del film, son aquellos que resultan más interesantes (las fallidas misiones previas, los accidentes, y hasta un breve paréntesis que se aleja de la NASA para mostrar la situación social y el contexto de la carrera espacial y cómo esta repercutía en los Estados Unidos de América).
La aventura no se corre del drama individual que quiere contar, pero ante las inevitables imágenes finales del alunizaje que adquieren, como no podía ser de otro modo, un tono épico, surge la duda de si no había un eje más interesante para contar. La personalidad rimbombante de su colega, Buzz Aldrin (Corey Stoll), parece gritar que sí, y aquí apenas se limita a una reducida interacción con el protagonista.