Con tan solo dos películas previas a este estreno, Damien Chazelle demostró ser uno de los mejores directores que brindó Hollywood en los últimos tiempos. Tanto Whiplash (2014) como La La Land (2016) son dos obras maestras. Así que la ansiedad que recae sobre El primer hombre en la Luna es mucha.
Tengo sentimientos y pareceres enfrentados sobre este film, porque por un lado me parece brillante desde la puesta, y por otro me pareció un gran embole. Cada plano es una maravilla. Chazelle vuelve a demostrar que es un distinto para narrar. En esta oportunidad mucho primer plano y plano detalle, con una cámara que no se queda quieta casi nunca. Homenaje a Kubrik por doquier y una grandilocuencia de imágenes que causa la
dilatación de cualquier pupila. Sin dudas, el director es el gran protagonista de la cinta. Y eso es un problema. Esta es la primera biopic sobre Niel Armstrong, que nos cuentan una década de su vida. desde 1960 hasta el 20 de julio de 1969. Y poco nos importa como espectadores.
No por Ryan Gosling, porque él hace un buen trabajo, ni por el resto del elenco. Sino porque no se trasmite ni interés ni empatía salvo por un detalle en el climax. Y la cuestión no pasa porque ya sabemos la historia, o sea, porque ya sabés que van y vuelven a la Luna sanos y salvos, sino porque es muy aburrido el ritmo de la película. Aún como esos planos, y con esa brillante banda sonora de Justin Hurwitz (con reminiscencias a La La Land), el film no puede escapar de convertirse en un somnífero para el espectador.
Me queda claro que Chazelle está al tanto de esto, ya que sus dos films anteriores no cuentan con este problema, así que él lo busco, y no está mal si lo decidió así. Pero tendrá sus consecuencias. Más allá de esto, y de las teorías conspirativas sobre la veracidad de todo el programa Apollo, El primer hombre en La Luna es una gran película pero que aburre aún al más ávido espectador.