Damien Chazelle, el joven talento responsable de dos grandes obras como Whiplash: Música y obsesión y La La Land, se aleja del ámbito musical dentro del cine y vuelve a la pantalla con un film biográfico sobre Neil Armstrong y la famosa misión espacial que puso al hombre sobre la Luna. Más allá de la veracidad dudosa de los hechos, tanto en lo que refiere a ciertas vivencias del astronauta como a aspectos de la misión en sí, el film se encarga de llevar a tierra la historia del hombre que surcó el espacio, más que llevarlo a la Luna. Lo que ocurre en la misión de Chazelle como director es que prevalece el detallismo visual ante un film que resulta desapasionado en lo que tiene para contar.
El factor dramático que yace en la historia es atestiguar y glorificar el esfuerzo y el amor de la figura de Armstrong (Ryan Gosling) como hombre de familia. Un balance entre el amor que tiene por su mujer Janet (Claire Foy), sus hijos y los conflictos y trabas, tanto en el hogar como en las distintas etapas del proyecto espacial en la NASA, que lejos de alejarlo de su meta lo acercan aún más a ella. Así, el film evidencia los valores y el mérito del sujeto que vive y sufre en pos de cargar con el peso de una nación simbolizada en el traje de astronauta, la clase justa de historia y patriotismo que le otorga a la película un lugar especial dentro de la temporada de premios en Hollywood, pero que difícilmente trascienda por mérito de sus valores cinematográficos.
No obstante, y debido al ojo artístico de su director, el film goza de un estilismo visual que refuerza la idea de intimidad a través de planos detalle y el uso de los movimientos de cámara en mano, que transmiten una cercanía para con el protagonista, su familia y su profesión. A su vez, se alcanza un mayor virtuosismo en la imagen en aquellos momentos donde se puede apreciar la vastedad del espacio, la Tierra y por supuesto la Luna. La forma en la que se transmite la subjetiva del hombre frente al peligro (que poco puede ver o hacer rodeado de tensión cuando las pruebas comienzan a malograrse) o la calma introspectiva que se hace presente en la desolada superficie lunar son de una belleza absoluta —tan así que visualmente logran decir y emocionar más que lo que consigue el resto del film en su historia y ejecución.
El primer hombre en la Luna se centra en Armstrong y en su anhelo de explorar lo inexplorado, y si bien en otro caso sería un elemento inspirador, aquí esta resuelto con el fin de desviar un poco el foco de atención de una misión que se cobró recursos y vidas, en una carrera contra el avance tecnológico soviético. Ese mismo debate entra en juego dentro del film de forma tibia, tal vez resonando más en los pensamientos del espectador que en las tribulaciones del protagonista. Así, tras un gran número de pruebas que demuestran continuas fallas y la muerte de los compañeros de Armstrong, la preocupación reside en si la misión será exitosa y si los que se embarcan en ella volverán a su hogar, no en el costo de una competencia por el ego y la ambición que queda ejemplificada en el discurso de Kennedy: “Elegimos ir a la Luna en esta década no porque sea fácil, sino porque es difícil”. Chazelle ha sabido demostrar en sus trabajos previos que es capaz de afrontar grandes retos dando por resultado algo aún más grande. En el caso de su último trabajo, el adaptar la historia de un orgullo nacional supone tomar el camino fácil: uno que no lo eleva a las estrellas pero que de seguro se ganará el agrado del jurado de los premios de la Academia.