El sacrificio como camino obligado para alcanzar el éxito. O al menos, un objetivo fijado.
Ese es el tema, y el derrotero que siguen los personajes de Damien Chazelle, del baterista de la excelente Whiplash al pianista de La La Land, y que llega a El primer hombre en la Luna.
Lo que cambia es que ahora el ganador del Oscar cuenta con más presupuesto, pero los obstáculos, que pueden llegar a ser una tragedia, mientras se busca alcanzar un triunfo, siguen allí.
La película hace un derrotero de varias misiones previas a la que finalmente resultó exitosa en la conquista espacial, en la que se da “un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad”.
¿No fue, acaso, un mojón más dentro de la Guerra fría, para ganarle a la Unión Soviética?
Pero el director de Whiplash no tiene una mirada glorificadora de ningún estadounidense. Y tampoco -o menos-, de Neil Armstrong. Hay aquí un arco épico, porque en definitiva, si este filme cierra una trilogía, lo hace con un personaje que, sí, triunfa.
Pero lo muestra taciturno, cavilante, urgido por temores internos, por una tragedia familiar y por un deseo que va mucho más allá de plantar la banderita que flamee, o no, en suelo lunar.
Los preparativos del viaje, en el que nos cuenta aspectos de la vida personal y familiar de Armstrong, y la partida, alunizaje y regreso del astronauta y sus compañeros del Apollo 11, Buzz Aldrin y Michael Collins, son como los ejes donde pivotea el filme.
Esa claustrofobia del viaje, el encierro, juega a las maravillas con otro encierro, el de la introspección y lo introvertido que es Armstrong.
Chazelle no deja de mostrar que la llegada del hombre (estadounidense) a la luna se da en tiempos históricos en los que su país gastaba, por no decir derrochaba, dinero en una conquista espacial a la par que se organizaba -es una manera de decir- para una guerra como la de Vietnam.
Hay, claro, una línea que emparenta a esta película con Gravedad, de Alfonso Cuarón, y no sólo por el ámbito espacial, sino por la pérdida de una hija.
Es que la película tiene mojones dramáticos, que tienen que ver con la muerte, omnipresente como nunca antes.
Y es ese tono dramático el que lo favorece. Sería fácil caer en el heroísmo, pero Chazelle elige otro camino para aproximarse a su protagonista.
Gosling, o mejor dicho, el director, aprovecha esas características del astronauta, que parecen marca de fábrica del actor de Drive. Pero es Claire Foy, como su esposa, la que atrae cada vez que la cámara la encuadra. La actriz que fue la reina Isabel II en The Crown y protagoniza la nueva película de Millennium le pone sangre más que sudor a un personaje sufrido, y es un buen balanceo con Gosling.