Propuesta que ilustra los riesgos históricos pero no los dramatiza
Aunque no faltan los escépticos que insistan en lo contrario, la llegada del hombre a la luna es un hito de la historia de la humanidad. Como todo hito, no estuvo exento de sus obstáculos, y donde hay obstáculos hay posibilidades dramáticas para su narración. El Primer Hombre en la Luna viene a ilustrar que detrás de ese pequeño paso (y ese gran salto) hubo un costoso saldo.
El Primer Hombre en la Luna cuenta la odisea de ocho años que le tomo a la NASA y al astronauta Neil Armstrong llegar finalmente a la Luna, mientras que somos testigos de cómo afecta esta odisea a su familia, en particular a su esposa.
El que esperé un racconto de todo lo ocurrido en la misión Apolo 11 va a encontrar lo que busca pero va a tener que esperar 100 minutos de película para llegar a los últimos 40 donde dicho evento es escenificado, porque el propósito de la película es otro: mostrar que detrás de toda la gloria que conlleva y lo asombroso de la conquista espacial, había un riesgo constante donde la menor equivocación en este viaje a lo desconocido podía costar vidas humanas. También que ese riesgo tenía un saldo emocional terrible no solo para los astronautas, sino para sus familias. Si eso es lo que se buscaba, se consiguió.
Esa virtud de la que la película parece enorgullecerse tanto es también la fuente de su mayor defecto, porque si bien muestra todas las aristas posibles a nivel histórico no pone mucho esfuerzo en dramatizarlas efectivamente. Comprendemos los riesgos, mas no los sentimos; la película no hace esfuerzo alguno por alejarnos del presente, por hacernos creer, aunque sea en el más ínfimo de los momentos, que Neil Armstrong estaba cerca de la muerte. En todo momento sentíamos el confort de saber que sobreviviría a la odisea y pisaría la luna. No hay discusión con la esposa, llanto o desacato a la autoridad ilustrados aquí que convenza de lo contrario.
Pero esto palidece en comparación al que creo es el peor defecto de la película y es su ritmo. Los 142 minutos se sienten en todo momento. La falta de dinamismo es total. Cuando finalmente se produce la escenificación de la misión Apolo 11, no te alegras porque todo el esfuerzo obtenido finalmente dio sus frutos y las pérdidas no fueron en vano, sino que sabes que el final de la película está más cerca y ya estas inquieto en tu butaca para que salgan los créditos y puedas salir de la sala.
En materia actoral, Ryan Goslinghace un gran trabajo como Neil Armstrong. Haciendo gala de su quietud, logra atravesar el complejo abanico de emociones al que estaba sujeto Neil Armstrong personal y profesionalmente. Claire Foy acompaña con mucha dignidad, pero no consigue ir más allá de una interpretación prolija.
En materia técnica, tenemos una de cal y una de arena. Por un costado, Damien Chazelle consigue exitosamente meterte en el punto de vista de un astronauta en plena misión, haciéndote sentir que estás vos en esa nave percibiendo cada choque, cada tornillo flojo, cada chispazo. También consigue con mucha habilidad transportarnos a los años 60, con un 16 mm palpable que le da una sensación documental a la película. Por desgracia, el abuso que ejerce de los primeros planos (algunos más cerrados incluso para lo que propone el termino) es tan grande que consigue marear no solo en las escenas espaciales sino en muchas de las cotidianas.