El príncipe de los pochoclos
Asistir a funciones de películas como El príncipe de Persia implica obligatoriamente que la sala esté llena de un público de todas las edades, cada cual con su respectivo recipiente de pochoclos o nachos. Y es que no puede pasar desapercibida una película que contó con un presupuesto de 150 millones de dólares y cuyo guión está basado en uno de los tantos exitosos videojuegos sobre El príncipe de Persia, en este caso la primera parte de la tetralogía de Las arenas del tiempo.
Para dejar bien en claro que el presupuesto fue usado bien, ya en sus primeros cinco minutos se encargará de desplegar toda una “artillería” de efectos, planos cortos y acelerados, golpes, acrobacias y saltos con una estética que recuerda el videojuego en 3D. Obviamente el espectador no tendrá descanso entre una pelea y otra, entre las huidas de los protagonistas y la aparición de nuevos enemigos y esto se verá potenciado por la ambientación de escenarios esplendorosos, palacios del mundo persa llenos de lujos y riquezas, ciudades laberínticas rodeadas por el desierto, pasadizos secretos y trampas. De no ser por todo esto, se trataría simplemente de la historia del príncipe Dastan (Jake Gyllenhaal) y de la misteriosa princesa Tamina (Gemma Arterton) que escapan juntos de las fuerzas del mal para proteger un puñal que permite viajar en el tiempo y tener poderes ilimitados.
Como podrán percibir los fanáticos del videojuego, el guión original ha sufrido algunas modificaciones, sobre todo en lo que respecta a la historia entre los dos protagonistas. Siendo Walt Disney Pictures una de sus dos productoras el romance con final feliz y el contenido moral sobre la hermandad y el enfrentamiento contra las fuerzas del mal eran inevitables.
Para personificar a los más malvados fueron utilizados los hashashin, una secta religiosa de asesinos que existió entre los siglos VIII y XIII en Medio Oriente. Una vez más Hollywood tratando de mostrar la supuesta heroicidad americana en oposición a la supuesta maldad de los islámicos. Y como si no fuera demasiado, la película muestra a los hashashin bailando de la misma forma que lo hacen los derviches, una equiparación que es literalmente un insulto para estos religiosos cuyos principios son, entre otros, la solidaridad, la compañía espiritual y la enseñanza de los principios de la religión. Pero no debe sorprender que, una vez más, una película supuestamente inocente esté plagada de contenido político a favor de Estados Unidos.
Sorprende que Mike Newell, director de películas taquilleras e inolvidables como La sonrisa de la Mona Lisa, Harry Potter y el cáliz de fuego o Cuatro bodas y un funeral, nos traiga en esta oportunidad una película llena de efectos llamativos que intenta mantenernos alerta pero que, cuando concluye, nos deja en la boca solo el sabor de los pochoclos y no mucho más que eso.