Entre la espada y la pared
“El príncipe de Persia: las arenas del tiempo” marca el nuevo intento de Hollywood por trasladar un videojuego a la pantalla grande. Y aunque detrás de esta superproducción hay nombres de relevancia, el film sólo entretiene a medias.
Es sabido que prácticamente ninguno de los juegos electrónicos que se han adaptado al cine tuvieron exitosos resultados: ni ese engendro llamado “Mario Bros”, ni “Street Fighter”, mucho menos “Doom” e incluso “Tomb Raider” con Angelina Jolie (y la lista sigue); todos fueron productos regulares para abajo.
La apuesta de Disney por transformar al clásico Príncipe de Persia en una nueva franquicia rentable intenta dar un paso más allá. Además de caras fácilmente reconocibles, y un presupuesto que superó los 150 millones de dólares, la empresa llamó a Jerry Bruckheimer, algo así como el hacedor de blockbusters hiper populares, que han tenido diversos resultados (desde “Un detective suelto en Hollywood”, hasta la ultra conocida saga “Piratas del Caribe”) para ver qué se podía hacer con este nuevo tanque.
Y Allí es donde tal vez este Príncipe de Persia cometa su peor pecado: se trata de un film de aventuras cuya influencia del productor se nota aún más que la del propio director, un Mike Newell desdibujado cuyos mayores talentos fueron demostrados en géneros como la comedia romántica (“Cuatro bodas y un funeral”), pero que aquí desentona hasta con el propio timing que la película exige.
La historia nos muestra a Dastan un joven que, tras ser adoptado por el rey, debe encabezar la invasión a una ciudad vecina acusada de vender armas a enemigos (guiño sorprendente teniendo en cuenta el conservadurismo de la empresa que respalda el proyecto). Luego de una serie de sucesos, el protagonista se verá envuelto en una trama de mentiras, fantasía, viajes al pasado y elementos mágicos.
Poco más por contar respecto a su trama. El punto en contra del film radica también en su propia ingenuidad; si bien El Príncipe de Persia logra ser entretenida durante la mayor parte del relato, el respeto por las formas, la ausencia de riesgos por ofrecer algo nuevo y la facilidad con la que cae en el estereotipo le juegan en contra a un potencial público adulto, al cual evidentemente no está dirigida la película.
De esta manera, partiendo de un interesante elenco, los personajes sólo conforman la “norma” que toda cinta debe presentar: Gyllenhaal es el héroe noble, Arterton la belleza con carácter, el gran Ben Kingsley es el hombre de confianza de la familia real y un desperdiciado Alfred Molina se transforma en el còmic relief que intenta aportar gracia a la historia.
El Príncipe de Persia: las arenas del tiempo es eso y no mucho más: aventura, acción, CGI, humor y fantasía; pero en justas medidas, sin mayores hallazgos (ni intenciones, asumámoslo). Cualquier semejanza con “Indiana Jones”, “La Momia”, “Piratas del Caribe” o incuso la antes mencionada “Tomb Raider” no son pura coincidencia. Estamos ante un título que quiere atrapar al público que redescubrió al protagonista de los juegos en la actual generación de consolas (Ps2 y Ps3, Xbox). Como tal, poco queda de aquel héroe pixelado que saltaba pinches para rescatar a la princesa. Esta vez, su destino no está determinado por el jugador; el enemigo a vencer es uno solo: la taquilla.