Como pasa el tiempo…
Si pudiera retroceder al pasado, y remontarme a la época, en la que por primera vez, a los 11 años, tocaba un PC… en el laboratorio de computación de mi querida escuela primaria… Monitores en blanco y negro, tiernos infantes, aprendiendo a usar el DOS, y al final de la clase, la recompensa era jugar 10 minutos, al Pac Man, el Galaxy (o algo similar) y, principalmente, el más desafiante de todos… El Príncipe de Persia…
Que tiempos aquellos, parece que hubiese sido ayer: un joven con turbante caia en los túneles de una prisión y daba vueltas, tratando de no caer en trampas, con estacas metálicas, pósimas que daban o quitaban vidas, a la búsqueda de una princesa protegida por un malvado persa. No voy a mentir, tantas vueltas me terminaban mareando y aburriendo, y pasaba a jugar al Carmen San Diego, un juego donde ponías en práctica tus conocimientos de historia y geografía. Era tan divertido para mí, en ese momento, que incluso creé una historia, en base a él: con detectives que recorrían el mundo, buscando a la famosa ladrona del título. Lamentablemente, tres años después, Disney tomó el mismo juego, y lo convirtió en serie animada: trataba de un grupo de jóvenes detectives que buscaban a Carmen San Diego alrededor del mundo… Duró cuatro años, dicha serie. Ya tendré mi revancha…
Pero aca no estamos para hablar de mi no tan tierna infancia o de Carmen San Diego… todavía. Sino de Príncipe de Persia, que irónicamente, también fue comprada por Disney para su adaptación cinematográfica, con la colaboración de Jerry “Dame Acción” Bruckheimer. Ambas empresas quieren empezar a planear una nueva saga de aventuras exóticas, por las dudas, que la cuarta y (esperemos) última parte de la saga de Piratas del Caribe, solamente con Johnny Depp y Geoffrey Rush del reparto original, bajo la dirección de Rob Marshall, se hunda antes de partir.
Así que, se salto por la borda, y se cambio el escenario: el mar por el desierto. El Caribe por Medio Oriente. El paisaje es igual de bello, exótico… y artificial…
Para la dirección de la adaptación, los productores eligieron a Mike Newell, que a los 68 años aceptó el “desafío” de llevar este producto pochoclero a la pantalla, o porque ya no le interesa el prestigio de su carrera, o porque la jubilación de los directores británicos no es demasiado buena.
No se puede decir, que se trata del mejor director british que ha dado el Imperio en el último cuarto de siglo (Newell debuto a principios de los ’70, donde dirigió más de 30 series y películas para TV), pero nos ha dado algunas películas interesantes, como Un Abril Encantado, Cuatro Bodas y un Funeral, Donnie Brasco… Después se vendió a la gran maquinaria hollywoodense y realizó las paupérrimas La Sonrisa de Mona Lisa y El Amor en los Tiempos del Cólera… y por supuesto, en el medio, la cuarta parte de la saga del niño mago.
Pero si en Príncipe de Persia, uno cree que finalmente va a encontrar al verdadero Newell… bueno, pues, se equivoca.
Que la gente de Disney, hayan tratado como reyes a los corresponsales de prensa, regalándoles pochoclo, bebidas, relojes, mochilas, remeras y agendas, no cambia la opinión que tenga uno de la película, lamento informar. Agradezco (y admiro) la atención, pero el producto final es lo que realmente importa acá.
No busquemos verosimilitud en el relato. Sabemos lo que venimos a ver… Pero lo cierto, es que cuando a un realizador británico le dan un trabajo por encargo en Hollywood, lo encara de la forma más fría posible. En piloto automático. Da lo mismo que la haya dirigido Newell o el propio Bruckheimer. El carisma de Gyllenhall (le quedan mejor los roles dramáticos) o la “hipócrita” simpatía y falsa sensualidad de Arterton no levantan esta obra escrita y forzada a tres manos bastante torpes. No solamente el guión cae en cada lugar común atravesado previamente por las 40 mil (y mucho más divertidas y originales) versiones de El Ladrón de Bagdad, Aladino, Ali Baba, Las Minas del Rey Salomón, La Tumba India, Indiana Jones (infaltable), sino que también se alimenta (y demasiado) de las recientes películas de La Momia con Brendan Fraser, pero con menos humor, menos resoluciones originales, y sobretodo, poco espíritu de aventura. Algunas peleas a capa y espada, y acrobacias en el aire no son el “género de aventuras”. Más bien se trata de una fiel adaptación o lo más cercano que un video juego puede hacer con el género.
Gyllenhall salta esquivando obstáculos, de un edificio a otro, colgado de las ventanas… igual, igual que un video juego… ahora la tensión, el suspenso, el clima cinematográfico está completamente ausente. Los decorados, en su mayoría creados por CGI son poco convincentes, al igual que la fotografía, que parece haber sido diseñada en los ‘50s, cuando a nadie le importaba que todo fuera filmado en estudios. Volvimos a esos tiempos.
Entretiene, sí, es divertida. Pero muchas películas divierten, pero al menos transmiten emociones al espectador. Príncipe no… Será porque no hay sorpresas: las traiciones son previsibles, los giros narrativos y reacciones de los personajes son obvias. El abuso de los clisés, lugares comunes y estereotipos, llegan a un nivel de previsibilidad que tornan al relato no solamente ridículo de seguir avanzando, sino que además, un poco monótono. Inclusive las interpretaciones de Kingsley y Molina rememoran, actuaciones pasadas. Como si hubiesen hecho un copiar / pegar, y nos mostrarán personajes que ya vimos. Especialmente de Kingsley. ¿Dónde quedó el gran actor de Gandhi?
Nada alcanza para que salgamos de la sala deseando inmediatamente meternos en otro cine, a ver algo un poco más digno. Esta mezcla de batallas árabes y viajes en el tiempo, poco convencen (para eso vuelvo a ver Lost).
Personalmente, solo me he reído ante las bastante obvias (aunque atrasadas, como advierte mi colega Tomás) referencias acerca del gobierno de Bush y la invasión a Irak: la inutil búsqueda de armas de destrucción masiva, la suba de los impuestos, la borrachera del mandatario, y las comparaciones entre el tío malo (Kingsley) y Dick Cheaney. Admito, que en esos momentos, pensaba que había otra película más allá de la que estaba viendo, una más sutil y autocrítica… que podrían hacer valer subir la calificación… que algunas escenas de aventuras atrapan mínimamente, pero ante un guión tan xenófobo, amateur, básico, explicativo e inverosimil dentro de la inverosimilitud (Dastan razona más rápido que Sherlock Holmes, y repite claramente todo lo que pasa, para que ningún chico salga del cine diciendo “no entendí”) que se me hace imposible poder recomendar este producto mediocre y manufacturado.
De por sí, nunca me interesaron demasiado (a contracorriente de la fascinación mundial) los piratas fantasmales de Verbinsky, pero ahora los extraño.
Y tras releer la nota, más que al Príncipe de Persia, me volvieron a dar ganas de jugar al Carmen San Diego, y volver a escribir la adaptación. En una de esas, Bruckheimer y Disney, algún día, me la compran.
Les aseguro que será más interesante, que Príncipe de Persia: Las Arenas del Tiempo… una película, que tan solo verla es una pérdida de tiempo, y merece enterrarse en la arena.