Una vuelta al cine épico
El director Jean-Jacques Annaud (Enemigo al Acecho, El Nombre de la Rosa) vuelve al cine de la mano de un film épico que remite desde su fotografía, puesta de cámara e incluso desde la estructura narrativa a las producciones de este estilo en el cine hollywoodense de los años 50 y 60.
La película transita por diversidad de temáticas, algunas más logradas que otras, que surgen principalmente del camino que transitará Auda (Tahar Rahim) para convertirse en el referente de la unificación de los pueblos, en ese sentido funciona como una precuela del film Lawrence de Arabia de 1962 en donde Auda era representado por el gran Anthony Quinn.
En El Príncipe del Desierto se transita por situaciones que resultan demasiado predecibles pero éstas situaciones están contadas y mostradas de manera coherente lo que salva a la película del bochorno total. Las escenas de acción están muy bien dirigidas, el montaje resulta eficaz y junto con la fotografía y la dirección de arte crean un producto coherente y sin fisuras. La actuación de Mark Strong resalta por sobre las demás que por momentos entran en baches interpretativos bastante curiosos, por otro lado los toques de humor de la pelicula sobre todo de la mano de Antonio Banderas no resultan funcionales al film y terminan despegando al espectador del mundo en el que se intenta sumergirlo.
El Príncipe del Desierto es una buena película épica a la que quizás le faltó guión y compromiso con ciertos temas que se dejan pasar por alto y que resultan aún más interesantes que la trama principal, sobre todo la "invasión cultural" de Occidente sobre Oriente y como eso polariza las ideas de Amar (Mark Strong) y Nesib (Antonio Banderas) es planteada de una manera demasiado simpática y casi argumentando que es algo natural y que estar en contra de eso resulta ir en contra de la evolución del ser humano, ser arcaico, éste y otros planteos dejan algunas dudas en el mensaje, algún sabor extraño que invita a la reflexión.