Príncipe de dos reinos
En las modernas discusiones y perspectivas sobre la ambición occidental por el petróleo de medio oriente, casi siempre quedan soslayadas las históricas contiendas tribales por el espacio vital y el dominio que han sostenido los clanes del desierto desde hace miles de años. En este contexto casi tangencial para el cine mainstream se desarrolla (o al menos esa ha sido la intención) la historia del príncipe Auda (Tahar Rahim), que desde su más tierna infancia quedó al cuidado del sheik rival de su familia, Nasib (Antonio Banderas) como prenda de paz. Alejado de su padre, el sultán Amar (Mark Strong), el joven príncipe se revela más bien como un intelectual que como un hombre de acción. Pero esto va a cambiar drásticamente a raíz de una serie de eventos que en cuestión de pocos años invertirán el precario equilibrio de poderes.
La ambición de Nasib ante la probabilidad de que las tierras neutrales en litigio puedan ser explotadas por empresarios petroleros norteamericanos, con pingües beneficios para su pecunio, es tan fuerte como para pasar por encima de años de tradición y honor tribales. Y Auda quedará en medio de un conflicto de ribetes que exceden el aspecto personal, involucrándose cada vez más en el aspecto político a la par que se reencuentra con su envejecido padre y crecen sus perspectivas de convertirse en el nuevo líder de las naciones árabes.
Jean-Jacques Annaud sostiene una larga tradición de cine contemplativo, moroso, con gran apoyatura en la fotografía y una afición por los espacios abiertos que también encuentran lugar en esta, su producción más moderna. No sólo por la contemporaneidad y vigencia del argumento, sino porque su marca personal (como quedó demostrado en "Enemigo al acecho", lo último que estrenó comercialmente en nuestro país) mejoraba con la inclusión de las relaciones y pasiones humanas en un contexto de conflicto, en este caso bélico.
El guión es sólido y hace de esta una película que puede verse desde la perspectiva cinéfila más conservadora, pero también como un entretenimiento con contenido. Si bien se nota en su factura los aires a superproducción, "El príncipe del desierto" no es un blockbuster ni busca serlo (como sí sucedió con la fallida "Cruzada", de Ridley Scott) y esta aparente contradicción entre el espíritu épico y un trasfondo interpretativo más bien aséptico (en el que no colaboran las tibias interpretaciones de Antonio Banderas y Freida Pinto, que se llevan bastante metraje) hacen que la propuesta se revele por momentos incierta, descuidada en su narrativa.