Son varias las compañías y estudios de animación que intentan ser lo que no serán nunca. Pixar hay una sola. Lo mismo con Blue Sky, Dreamworks Animation, Disney, etc. Ese querer ser conspira siempre contra el contenido, pero de vez en cuando alguien se equivoca y recuerda que una buena idea puede trascender más allá. Ese alguien se llama Ross Venokur y si bien es probable que si se hubiese sentado un rato más a masticar y rumiar su guión para dejar salir la idea en todo su esplendor, su segundo opus,
“El príncipe encantador” tiene cierta originalidad en su planteo que se suma a las últimas tendencias del cine animado de producción comercial. Esas que intentan romper con las estructuras tradicionales del universo de princesas que sufren y esperan a su príncipe azul para poner al género femenino en otro lugar mucho más inclusivo, combativo e igualitario con “Valiente” (2012) y “Frozen” (2013) como mascarones de proa.
En una introducción rápida y concisa Cenicienta (Ashley Tisdale, doblada por Gaby Cam), Blancanieves (Avril Lavigne, doblada por Gaby Meza) y “La bella durmiente” (G.E.M., doblada por Paola Del Castillo) cuentan que fueron maldecidas por un hechizo, pero rescatadas por un príncipe. Contentas ellas porque están a punto de casarse sin saber (y aquí está la originalidad del planteo) que se trata del mismo príncipe, Felipe Encantador (Wilmer Valderrama, doblado por Ricardo Margaleff). Este chico casi adulto, irresponsable, bastante torpe y algo cobarde, fue hechizado también por la Reina Amargura (Nia Vardalos, doblada por Lorena de la Garza). Sino encuentra el beso del verdadero amor para cuando cumpla 21 añitos, se ganará el odio del pueblo, así que el papá lo manda a laburar porque sino; chau reinado. Quien sale al cruce de esta aventura es Lenore (Demi Lovato, doblada por Daniela Luján), una ladrona de poca monta pero muy ágil, fuerte y valiente, que por cuestiones de codicia se unirá al príncipe en su búsqueda. Una pareja poco probable que, por supuesto, terminará queriéndose.
El filme transita por caminos ya conocidos en este género y lo hace con la astucia de buenos diálogos y situaciones, suplantando la falta de presupuesto técnico que la elevarían a una categoría mayor, es decir, lo de siempre: un buen guión ayuda a potenciar todo lo demás. Los valores más profundos de ésta producción están justamente en el intento de trocar los roles que en otra época le hubiesen correspondido al género opuesto. En estos tiempos eso se aprecia porque son las próximas generaciones las que se pueden alimentar de estos nuevos paradigmas sociales.
Desde ese punto de vista, y sin ser una revolución en la historia del cine animado, “El príncipe encantador” juega el juego de la irreverencia, y aunque esa intención se diluya a medida que avanza el relato, lo que queda es un buen entretenimiento para los chicos.