El beso de la mujer araña
El príncipe, la película de Sebastián Muñoz, con guion de Sebastián Muñoz y Luis Barrales, es una pintura entre oscura y realista de la vida carcelaria de un joven que ha cometido un crimen víctima de una emoción profunda, asesinando a su amigo. El marco no puede ser más complejo, durante una de las dictaduras más feroces que se han visto en Latinoamérica. La historia está basada en una novela de baja circulación escrita en plena década del 70, y ambientada también en dicha época, cuyo autor es Mario Cruz.
Tiene momentos de maravillosa poesía en medio de un contexto de violencia terrible, hedor envuelto en un contexto político cruel que daba paso a las más terribles situaciones. El encierro, el afecto de lo más cercano posible que es el otro, la necesidad de aferrarse a ese otro que supone otro yo necesario para sobrevivir emocionalmente mientras se consigue algo de contrabando (un cigarrillo, una guitarra, un cuerpo) presupone también una alegoría de las escalas del poder y su utilización. Y es ello lo que el director busca contar en este film de momentos dulces y de otros crudos, en un balanceo con vaivenes tristes.
Por suerte vacía de la caricatura de algunos productos que procuran retratar la vida en la cárcel y no hacen más que convertirse en objeto de sorna, esta producción sigue de cerca a los personajes, los interpela, muestra su necesidad de cariño (tal vez por la desesperación y la soledad de la vida carcelaria) y desde el otro lado pone el foco en la autoridad y el choque con sus fieles perros, representantes ciegos, casi una pintura de cierta sociedad medio arcaica que sostiene cierta idea del poder como representación figurada de la masculinidad.
Con una construcción fuerte, por momentos dolorosas, muy buenas interpretaciones de un elenco que calza a la perfección para este drama del que Manuel Puig tal vez podría estar orgulloso, tiene lugar un film que resuelve sin estridencias una historia difícil pero necesaria, interesante a la vez que dolorosa, que interpela a quien se atreve a verla sobre algunas cuestiones de la vida (y sí, también, de la política) que parecen cerradas.
El príncipe cuenta con cierta crudeza pero a la vez con poesía la historia de un joven y sus miedos, sus deseos, en un contexto de violencia política general y física dentro de los límites de un espacio en el que las reglas se reescriben todo el tiempo.