Las películas del subgénero carcelario cumplen con ciertos tópicos, que El Príncipe desarrolla: ambiente cerrado, claustrofóbico, sordidez extrema en una prisión del subdesarrollo, con guardas abusivos, sexo brutal y no tanto entre los convictos, y otros.
El ubicuo Alfredo Castro, actor todoterreno del cine chileno, es el líder de la celda donde va a parar un joven que en 1970 ha matado brutalmente a su mejor amigo, en un ataque pasional de celos. Se establece entre ambos una relación que no es sólo sexual sino de padrinazgo, protección y cierta clase de amor. Película de iniciaciones para un hombre joven que poco conoce de la vida y nunca ha salido de su espejo.
Breves flashbacks arbitrariamente colocados a lo largo del relato dan cuenta de su pasado y de por qué ha acabado en esa celda. Unos cuantos episodios hacen la narración interesante, dentro de parámetros clásicos, y el duelo entre el capanga y el argentino recién llegado (Gastón Pauls en su mejor papel con un personaje que parece ridiculizarse a sí mismo) es lo más valioso del film. El final es previsible, pero así y todo la película no pierde su interés.