La ópera prima de Sebastián Muñoz, “EL PRINCIPE” viene precedida de un enorme suceso en los festivales en los que ha sido presentada.
En el Festival de La Habana ha sido galardonada con el Premio Coral a la Contribución Artística, ha participado en la Sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián y dentro del Festival de Venecia, ha ganado el Queer Lion Award, como mejor película de temática LGBT, generando de esta forma, una gran expectativa frente a su estreno en la cartelera porteña.
Situada a principios de los años ’70, “EL PRINCIPE” tiene como eje central a Jaime (Juan Carlos Maldonado), quien es condenado a prisión en ese momento tan particular y convulsionado de la historia chilena, previo a que Salvador Allende asumiese la presidencia.
El guion del propio Muñoz, escrito junto con Luis Barrales, propone ir reconstruyendo los acontecimientos en un doble juego temporal donde, a medida que el protagonista comienza a ganar un cierto lugar dentro de la cárcel, diferentes disparadores nos llevarán al pasado, para ir conociendo –como piezas de un rompecabezas- el motivo por el cual Jaime ha ingresado tras las rejas.
Tras la impactante escena inicial del asesinato que abre el filme, Muñoz desarrolla y mantiene el pulso de la narración de forma tal de no escatimar absolutamente ninguno de los elementos que tienen que estar presentes en la historia, construyendo ese clima de sordidez y violencia típico del ambiente carcelario, pero sin caer en ningún trazo grueso a pesar de plantear escenas osadas, reales y muy intensas.
Se detendrá particularmente en la relación que Jaime comienza a mantener con El Potro, quien lidera no solamente el ámbito de su celda sino que detenta una cierta cuota de poder dentro de la estructura carcelaria. Es así como Jaime entabla ese vínculo que le permite a Muñoz hacer una disección de los estratos del ambiente carcelario mientras que narra una historia de amor y sexo entre prisioneros, y enmarcar una historia de homosexualidad en ese contexto social.
En esa relación entre ellos, mediante sutiles detalles, se describen los diferentes niveles en los que se va desarrollando este vínculo.
Por una parte, la necesidad mutua de afecto que se va consolidando mientras se logra una relación más estrecha: Jaime le ofrece su afecto y su ternura con toda la ingenuidad y la “pureza” de un recién llegado a ese ambiente completamente extraño y hostil El Potro –un hombre mayor y con cierto poder dentro del penal- le ofrece por su parte, toda su protección, su figura paternal, su apoyo y, más allá de todo, la posibilidad de que sentir amparo en un espacio en el que Jaime se percibe tan ajeno, poder encontrar esa contención tan necesaria para sobrellevar el encierro, abriendo un juego de lealtades y de cierto “ascenso social” con las particularidades propias del ambiente.
Si bien el contexto histórico se marca solamente con algunas mínimas referencias en los diálogos, o en lo que puede filtrarse por la radio, con esos escasos elementos, el director genera un marco claro para desarrollar una historia de amor prohibido (tanto dentro como fuera del presidio) y reflexionar sobre cuánto ha podido evolucionar la sociedad chilena, y de algún modo Latinoamérica en general, sobre la persecución, el castigo y la sanción moral a la homosexualidad y la presencia latente de la homofobia.
Muñoz no solamente se nutre de la novela homónima casi desconocida de Mario Cruz que le permite desplegar todos estos elementos, sino que además, el excelente trabajo de diseño de arte –seguramente la vasta trayectoria del propio director como director de arte haya ayudado mucho a lograr estos climas- y de vestuario logran transmitir, junto al trabajo de fotografía, ese ambiente opresivo y degradante de la vida entre rejas.
Desde la música, el tema “Ansiedad” hace transitar la historia en un clima de tensión amorosa y sexual, al mismo tiempo que transmite una fuerte melancolía y un dolor que envuelve toda la historia.
Más allá del muy buen desempeño de Juan Carlos Maldonado en el rol protagónico de Jaime y una interesante participación especial de Gastón Pauls en un rol completamente diferente a los que acostumbra jugar en la pantalla grande, la presencia de Alfredo Castro como El Potro es uno de los puntos más sobresalientes de “EL PRINCIPE”.
Castro (a quien hemos visto en “El Club” de Larraín, “Neruda” o “La Cordillera” y a quien muchos identificarán por su personaje de “Rojo” de Benjamín Naishtat) potencia cada una de sus escenas y compone con impactantes matices a un personaje que le exige una entrega física y emocional, compleja y total.
Con algunas reminiscencias al reciente trabajo de Martín Rodríguez Redondo, “Marilyn” en cuanto a la búsqueda de una identidad sexual dentro de un entorno violento y expulsivo, y del ambiente carcelario que imaginó Héctor Babenco para “El Beso de la Mujer Araña”, “EL PRINCIPE” logra contar una doble historia de amor en la figura de su protagonista mientras explora el ascenso y el juego de poder dentro de la cárcel, al mismo tiempo que plantea una radiografía del Chile de los setenta, en el cual situar esta historia es doblemente transgresor.
Muñoz logra transmitir toda la complejidad de este universo a través de imágenes que invitan a romper con ciertos prejuicios y falsos pudores, para asumir los riesgos y plantear la historia con toda la valentía que se necesita.
POR QUE SI:
«La película omite trazos gruesos a pesar de plantear escenas osadas, reales y muy intensas»