Que la infancia no nos abandone.
No es una versión del inolvidable libro sino una película que gira alrededor de ese consagrado relato de Antoine de Saint-Exupéry, autor y aviador francés. En el centro de la historia está una nena que quiere seguir siendo nena. Porque la mami controladora le ha programado el presente y el futuro. Todo lo tiene pautado, hasta el horario de juegos del año que viene. La mami quiere que crezca, que sea adulta, que madure y triunfe. Por suerte tiene como vecino a un aviador pintoresco (Saint-Exupéry) al que los vecinos lo tratan de loco pero que le enseñará a la nena, gracias a ese texto, la cuota de imaginación y fantasía que su infancia necesitaba. Una propuesta digna y melancólica, algo estirada, con magníficos dibujos (sobre todo los que recrean las láminas del libro) y con ese principito inmortal que seguirá allí, en el alma de ese aviador que se va y de esa nena que empieza. La historia propone siempre dos escenarios: el mundo cuadrado de la ciudad frente al mundo redondo de la imaginación. Mami y vecino, poesía y aventuras, nena y abuelo, ficción y realidad. Hay por supuesto frases, las más conocidas del libro, pero lo que el film subraya es que no hay que apurar a la infancia y que la imaginación, la fantasía y los sueños deben estar antes que todo. Y nunca hay que abandonarlos. “No quiero ser mayor”, grita la nena cuando descubre ese nuevo mundo. “El problema no es crecer, sino olvidar”, le enseña el principito.