El incombustible clásico de Antoine de Saint-Exupéry regresa gracias a la mano de Mark Osborne (Kung Fu Panda) para crear mediante una combinación de animación y stop motion una delicada y primorosa fábula que palidece en comparación directa con el libro, pero que por sí sola es un agradable espectáculo.
Los que esperaban descubrir una adaptación fiel y respetuosa del texto original o simplemente una película capaz de crear consciencia moral estarán un poco decepcionados. Esta versión aún más edulcorada que el clásico infantil puede ser considerada una estafa de marketing, ya que no es un recuento directo de la prosa del autor francés, sino una historia dentro de otra historia. El texto original no es muy largo, así que tiene sentido que los realizadores hayan elegido contar la vida de una pequeña cuya diligente madre le tiene toda la vida planeada por delante. Escapando de las controladoras garras de su progenitora, la pequeña se hace amiga de un vecino anciano, El Aviador del cuento original.
Al justificar la trama de esta manera, se agrega bastante metraje para que la adaptación fidedigna no dure poco, pero a su vez se mastica demasiado el mensaje original del libro, dejando nada al azar para la interpretación y subrayando todos y cada uno de los mensajes del autor. La nueva narrativa fagocita casi enteramente a la historia clásica y aquellos que vayan a ver la emotiva historia del Principito, la Rosa y el Zorro se verán decepcionados por ver tan poco de ellos en pantalla. Pero juzgar a El Principito por lo que no es en vez de lo que es puede parecer injusto.
Dentro de su argumento convencional y dirigido especialmente a los más pequeños de la familia, la animación digital resulta grandiosa y muy bien trabajada, con humanos creados a un punto casi caricaturezco -ojos y cabeza bien grandes y expresivos- pero que contrasta con el stop motion que toma lugar cuando el relato original es contado. Estos momentos, breves pero satisfactorios, son el centro neurálgico del film y definitivamente garantizan el precio de la entrada.
El oportunismo retractará a muchos de entrar a la sala de cine a ver El Principito, pero entrando sin esperar nada a prori, el resultado develará una sorpresa agradable.