En una versión llena de sutilezas
Mark Osborne invita a adoptar una mirada de niño y convertirse en testigo de una historia preciosa.
Cuenta la historia, que cuando el escritor y piloto militar francés Antoine de Saint-Exupéry escribió El Principito atravesaba una crisis existencial profunda y que nunca llegó a ver publicados esos escritos que terminaron por influir a generaciones de lectores y, a cada quien, algún regalo le deparó.
Saint-Exupéry tiene una historia en común con Bahía Blanca y la Patagonia argentina. Hay quienes, incluso, indican que "El Zorro" es un personaje inspirado en la fauna de nuestro país. Quizás por esto, el estreno de El Principito trae para la platea local un plus de apego.
La versión animada de Mark Osborne contribuye a la sensación de cercanía presentando a un viejo piloto que la protagoniza --un homenaje al posible Saint-Exupéry anciano--, narrador del encuentro con el niño del Asteroide B 612 en el desierto del Sahara, y de las aventuras y enseñanzas que esa maravillosa criatura le contó.
Para la adaptación, se incorporó al entramado a una chiquita que llega al vecindario con una madre que le tiene la vida programada hora por hora, por día, por año y por el resto de su vida, para convertirla en un "maravilloso adulto". Alter ego del espectador, es elegida por el anciano como la primera lectora de sus manuscritos y "espía" de lo esencial en un mundo "demasiado adulto".
Como el libro que la inspira, El Principito es una película llena de sutilezas y belleza. Como a La Rosa, vale dedicarle un tiempo.