La pérdida de lo esencial.
Hace unas semanas, luego de ver las primeras imágenes de El Principito, la versión para la pantalla grande de Mark Osborne del clásico infantil, nos emocionamos por lo que parecía la promesa de una de las películas animadas del año. El combo era infalible: un excelente director, cuidadoso siempre del material con el que trabaja, los mejores animadores de la industria, Hans Zimmer y su genialidad musical, y claro, la estrella en cuestión, uno de los mejores libros para niños y adultos, una obra invaluable e inagotable, la gema literaria escrita por Antoine de Saint-Exupéry sobre aquel niño de rizos rubios y esa ingenuidad que ninguno de nosotros quiere perder. Sin embargo, al terminar la proyección queda un sinsabor, la sensación de que el opus original es demasiado perfecto y exacto, y que cualquier atisbo de intentar volverlo a contar, o contarlo de otra manera, o insertarlo en otra historia, será una causa perdida.
Es verdad que el director ha intentado mantener la historia lo más fiel posible, no se han alterado los pasajes más importantes ni se ha cambiado nada en la línea argumental, de hecho es imperioso reconocer que el trato que se le ha dado a la historia de El Principito, tanto la elección de una animación en stop motion, que la acerca a los geniales dibujos del libro, como la precisión del desarrollo narrativo, es justo y loable, pero lamentablemente no alcanza.
La historia central, contada con animación CGI, nos presenta a una niña intentando entrar a una de las escuelas más prestigiosas de la ciudad; su madre -obsesionada con el tiempo y la rigurosidad- le exigirá total compromiso durante todo el verano de preparación, con un cronograma estricto que no incluye tiempo libre para jugar ni hacer amigos. Todo cambiará cuando la pequeña conozca a su vecino, un alocado aviador, con quien se hará gran amiga y recorrerá toda la historia de aquel Principito que amó a su rosa, domesticó a un zorro, sucumbió ante la serpiente, recorrrió los planetas más variados, y quien descubrió y nos hizo descubrir que al final, solo se ve bien con el corazón.
El cierre de esta historia, donde vemos un posible Principito adulto, es lo que nos devuelve a la realidad: volvemos a sentir que estamos viendo una película sobre una niña y su vecino, sobre la importancia de permanecer fieles a la inocencia de nuestra infancia, el no olvidar quienes fuimos y quienes queríamos ser, y es en ese momento donde tomamos conciencia y nos convertimos en testigos de un largometraje animado, donde se evapora la magia de la historia original, y donde queda solo un film con muy buenas intenciones, pero con un resultado que no termina de convencer.
La animación es perfecta, pero ya la hemos visto, los personajes están bien construidos, pero también los hemos visto en infinidades de películas animadas, lo único que hacía esencial a esta historia, es aquello que será imposible de volver a contar: Saint-Exupéry lo hizo de una manera tan formidable y exquisita que todo lo que venga después nos dejará tan solo con ganas de regresar a las páginas del clásico infantil y volver a emocionarnos con aquel aviador suplicando volver a ver a su amigo, El Principito.