A fines de los ochenta, Raúl Perrone irrumpió en la escena cinematográfica argentina demostrando que no son necesarios grandes presupuestos ni ejércitos de técnicos para realizar una película. Con medios muy austeros logró construir un lenguaje con una profunda impronta autoral. Desde sus primeros cortos hasta sus más recientes y ambiciosos proyectos, el director de Ituzaingó mantuvo vivo el cine de trinchera, orgulloso de seguir trabajando, a sus 64 años, con la libertad creativa que le brindó el hecho de no haber abandonado nunca el sistema de producción independiente.