Martín Farina se acerca a una de las figuras emblemáticas de la escena cinematográfica independiente, Raúl Perrone, lo acompaña y lo plasma en su cotidianeidad, en su ámbito, y en ese devenir del director comienzan a trazarse algunos lineamientos de ese interés por el retrato íntimo tan característico de Farina, pero también asoman ribetes insospechados del gran autor de Ituzaingó.
El anti documental Ya desde el título que sigue en cierta manera el estilo único de Raúl Perrone queda establecido el guiño con aquel espectador familiarizado con el cine del director de Labios de Churrasco. Y también en ese enorme desafío de adentrarse en la intimidad, sin filtros, casi como un ojo gigante que escudriña desde un espacio no invasivo a los confines del proceso creativo, pero que nunca deja de estar en la cabeza de Raúl Perrone a pesar de su concentración y dedicación en cada detalle de un plano o explicación de su manera de entender de qué va esto de hacer películas, con un grupo de personas reducido y que también intentan entenderlo. Si Farina partió de la base de sumergirnos en una rutina del director de Hierba para contagiarnos en ese caos de un rodaje de una mística que no se puede mostrar con imágenes o reducirla a conceptos, entonces su anti documental es potente; nada indulgente pero respetuoso al fin y al cabo. Cuando la cámara participa de esa intimidad y el propio Perrone manifiesta su incomodidad ante tanta exposición hay cierto acuerdo invisible que no excede ese espacio tan difuso entre la admiración y la intrusión o invasión per se. Algo que ningún documental sobre directores de cine logra equilibrar. El de Farina no es la excepción a la regla pero funciona de cabo a rabo para aproximarse a la magia de hacer cine; representar mundos desde la mirada artística y conseguir esos momentos de verdad que nadie puede vivir sin estar involucrado sensiblemente. Por momentos en cada planificación se encuentra la esencia o el ADN del “Perro”, otro mote que solamente a los íntimos se le permite utilizar. En su búsqueda incansable del plano o el ángulo como si se tratara de un enorme juego al que muy pocos le encuentran el costado lúdico y profesional que se merece.
Está definido por el realizador como un “retrato de Daniel Perrone”, figura legendaria si las hay, del cine independiente argentino, para muchos la estatura de su legado lo transforma directamente en “el cine independiente”. Un creador que llegó a crear su propio dogma que incluía filmar en su amado Ituzaingó y que siempre se escuchara al menos una vez en su película el ladrido de un perro. Martin Farina logró lo que parecía imposible, registrar la filmación de una película de Perrone, que hasta ahora jamás permitió que se documentara lo que considera un acto íntimo. El resultado es realmente fascinante, ahí está el famoso director con su ideología, sus discusiones, sus alegrías, los claroscuros de una personalidad única, que despierta admiración, polémicas y por sobre todo demasiada curiosidad. Un documental imperdible.
Detrás del personaje Todos los rodajes tienen infinidad de tiempos muertos, momentos en donde el equipo técnico y artístico debe esperar hasta que las condiciones de filmación estén listas. En esos lapsos entre toma y toma de los rodajes de Cump4rsit4 (2016) y Cínicos (2017) trascurre este documental. Fiel a su estilo, Martín Farina (Mujer nómade) sigue de cerca a Raúl Perrone, el emblemático cineasta de Ituzaingó que supo forjar un nombre y sello a raíz de su prolífera carrera en el cine independiente. “Con mi vida privada no” “Si filmás eso te rompo la cámara” asegura un contundente Perrone cuando el camarógrafo de este documental pretende filmar algún elemento de la casa asociado a la persona. Perrone no quiere ser grabado fuera del rol de director. Sin embargo, Farina se las ingenia para captar ese otro hombre que se escabulle detrás del temperamental cineasta. Nos encontramos con un Perrone conocido (el personaje en plena acción) y otro no tanto (la persona vulnerable que parece filmar para escapar de sí mismo) en cada discusión o enojo cuando no puede “controlar” la situación que se le presenta en el set. Hay una secuencia sobre el control comentada por el propio Perrone que explica su imposibilidad a viajar en avión o hacerse un tatuaje. Una de las secuencias de mayor atractivo sucede cuando, en pleno rodaje, el camarógrafo le avisa que un reflejo de los tubos de luz aparece en la imagen grabada. “¿Por qué no me lo dijiste antes?” “Tenés que ser profesional”, acusa frenético el hombre del conurbano bonaerense. De este choque surgen las dicotomías, la creatividad versus el factor técnico, el Perrone cascarrabias versus el obsesivo, el director déspota y hasta maltratador versus el hombre de barrio que come y convida facturas, el incansable cineasta versus el controlador de absolutamente todo lo que pasa en el set. El Profes1on4l (2018) no es un homenaje, distinguiéndose de El Perro de Ituzaingó (2016) de Patricio Carroggio, un documental más condescendiente con la “figura” del director de P3ND3JO5 (2013). Farina hace otra búsqueda al escarbar en el mito para develar qué hay detrás del profesional del cine independiente. Un retrato intimista que humaniza y muestra tanto los dientes como las debilidades de Raúl Perrone.
"El prof3s1on4l": filmar para ver El documental ratifica que no hay nada menos parecido a los pasillos de una escuela de cine que el rodaje de una película. Y menos si es de "El Perro". “Qué me venís con ‘digital’...”, reta el director a su director de fotografía, cuando éste osa pronunciar esa palabra vedada. “A mí qué me importa que sea digital, analógico o la poronga de nylon”, inventa puteadas el director. Una de las cosas que muestra El prof3s1on4l, retrato de Raúl Perrone a cargo de Martín Farina, es que no hay nada menos parecido a los pasillos de una escuela de cine que el rodaje de una película. Rodar es una batalla, y no precisamente dialéctica: los errores, los descuidos y las distracciones parecen estar a la espera para arruinar la jornada. A Perrone lo llaman “El Perro”. No sólo por el apellido, da a pensar El prof3s1on4l. Como la previa Mujer nómade, retrato en forma de rompecabezas de la filósofa punk Esther Díaz, El prof3sion4l es una foto en movimiento. Como en toda foto (y a diferencia de Mujer nómade, que saltaba los límites), tiempo y espacio se condensan. Algunos días en el rodaje de una película de Perrone (que resulta ser CUMP4RSIT4, 2016), en un set que si no es el mismo, así lo parece. Invitado al rodaje, Farina cierra encuadres, de modo de generar un continuum espacial. En sintonía con el año de realización, CUMP4RSIT4narra un enfrentamiento entre campesinos y patrones, que se vuelve armado. La batalla de Perrone es otra: cómo dar con el encuadre justo, como hacerse entender por actores y miembros del equipo y, tal como él parecería vivirlo, cómo lograr que esa manga de inútiles no le hunda la película. ¿O es que Perrone actúa del Perro, su otro yo protestón y mala onda? “¡Guardá está toma!”, le dice a Farina, que lo filma durante un raro momento de felicidad. “Que El Perro se ría es muy raro, eh…” El comentario da la impresión de confirmar su autoconciencia de cumplir un papel. Que nadie se enoje ante sus rezongos y puteadas parece ratificar que, efectivamente, todos saben que el director está actuando. ¿O es que le tienen miedo? Como en La noche americana, donde el personaje del director debía resolver casi al mismo tiempo desde los problemas más nimios a los más cruciales, en escasos minutos Perrone tiene que decidir qué hacer con un parpadeo producido por un tubo de luz, ahuyentar a un par de técnicos que estaban peligrosamente cerca de la lente y, finalmente, resolver la escena en sí. Cuando llega a esto último está tan bombardeado mentalmente que no sabe bien de qué se trataba, y necesita unos segundos para reubicarse. Da la sensación de que si no existiera “la concha de su madre”, Perrone no sabría qué decir. “Probamos una vez más. Si sigue saliendo mal, esta escena se va a la concha de su madre”, amenaza en un momento. ¿A quién amenaza? A sí mismo, se diría, ya que él sería el más perjudicado en ese caso. “Dejame pasar un día de filmación feliz”, ruega a un asistente, ya en franco terreno de commedia all’italiana. “Mirá cómo habla el campesino éste”, comenta cuando un actor mecha “okeys” a rolete en su diálogo. “Corren para el orto”, en un momento en que medio elenco pasa de izquierda a derecha, en plan belicoso. Y sin embargo da la impresión de pasarla bomba en el rodaje. “Si yo pudiera evitar el rodaje, lo evitaría”, asegura sin embargo. ¿Por eso filma una, dos y hasta tres películas por año? ¿Hay que creerle? “Filmar es el pretexto para ver”, afirma, en la única concesión a la conceptualización que hará durante el rodaje. Bella concesión, sin duda. ¿El prof3s1on4l nos permite conocer algo más de Perrone, además del modo en que rueda? Nada. Ya se dijo: Farina achica el encuadre, y esto vale tanto en términos literales como conceptuales. Aunque quisiera ampliarlo, no podría: en un momento en que lo pesca filmando fuera del “territorio” prefijado, El Ogro amenaza con echarlo.
EL HERMOSO KARMA DE FILMAR EN ITUZAINGÓ Mientras suceden los créditos finales de la última película estrenada del joven y prolífico Martín Farina, se escucha El karma de vivir al sur, enorme canción de Charly García: “Me vas a hacer feliz /Vas a matarme con tu forma de ser/Me vas a hacer reír/Vas a matarme con tu forma de ser”. Pocas veces un tema puede condensar tan bien el sentido de una película. Ituzaingó es la patria de Perrone y su hermoso karma, hacer cine desde allí. Lo tiene en claro Farina desde las primeras imágenes. En ese cielo, en esas calles, en esa casa y en esos objetos está el mundo del Perro, y también su modestia. No podía comenzar de otro modo. Un espacio, una poética. Allí nace todo. Una vez establecido el territorio, el resto es rodaje, esa experiencia anhelada con la voracidad propia de un director que no pierde el tiempo y que se guía por una pulsión contagiosa. Uno de los temas que atraviesan el documental es el tema del tiempo. El tiempo que se pierde inevitablemente, el tiempo que vale oro, el tiempo que lleva a hacer una película para acercarse lo más posible a lo que uno pensó, sin desconsiderar la magia que pueda surgir durante la filmación. Pero quien crea ver esto como una tortura, deberá buscar por otro lado. El Profes10n4l es una comedia, un genial acontecer, un día “perronista” que alterna “ganas de matar” y “felicidad”, como la canción de Charly. Antes que impartir conocimiento, transmite una experiencia. El Perro parece Fellini con su sombrero y sus berrinches, y hasta tiene a su propia Maria Antonietta Beluzzi, la eterna tetona de Amarcord. Farina se acerca como suele hacerlo en sus películas, con planos cerrados, y crea una zona de confluencia muy interesante con su condición de director y el director al que registra, como si hubiera una intersección donde dos identidades (maestro y discípulo) se confundieran en un mismo rostro, ya sea para jugar con la ilusión como para discutir cuestiones técnicas. Cercanía y distancia. Cuando Farina se aleja, es capaz de regalarnos momentos únicos, por ejemplo, el registro de una situación vista a través de su cámara y de la que utiliza el equipo del Perro al mismo tiempo. La duplicación posee un efecto interesante: la percepción simultánea multiplica la ilusión y destaca los contrastes allí, donde “las cosas ya no son como las ves” (otra vez Charly, otra gran canción) cuando la lente agita e inaugura otro orden más asociado a un efecto alucinatorio. Cuando Farina se acerca, hay momentos desopilantes, empezando por aquellas situaciones donde parece parodiarse su condición misma de espía. “Vos no ayudás en nada”, le dice Perrone, “estás ahí rompiendo las pelotas” o “No me hinches las pelotas con lo analógico y la garompa en nylon”. La felicidad es eso mientras se rueda. El cariño entre ambos también. Como ocurre con sus películas anteriores, la edición es fundamental. En este caso, una de las claves del humor radica en la repetición. El gag de una toma que hay que reiterar una y otra vez y los personajes que aparecen implicados son de los platos fuertes, sobre todo cuando algún comentario como “Dostoievski se rascó los huevos” completa la escena al mismo tiempo que se escuchan risas por ahí. Parte del respeto y la insurrección que trasuntan en El Profes10n4l se deben a esa tensión entre la admiración y el distanciamiento necesario. A fin de cuentas se está mostrando el trabajo de un enorme cineasta pero desde una pequeñez inmediata, desacralizando si se quiere la situación de rodaje porque, a fin de cuentas, lo que verdaderamente importa es el resultado. ¿Qué puede surgir de todo ese caos? El orden, la belleza, la película misma (Cumparsita) que Farina se encarga de mostrar con algunos adelantos.
No hay director dentro del cine independiente argentino con un nombre de la talla de Raúl Perrone. El Perro, como se lo llama con afecto dentro de sus sets de filmación, se ha creado una entidad propia con el paso de los años y con cada nuevo fascinante proyecto ha cimentado las bases y condiciones de su cine de bajo presupuesto. Filmadas en la ciudad que lo vio nacer, Ituzaingó, películas como Labios de churrasco, P3ND3JO5 y Favula, entre otras, se caracterizan por una inventiva superlativa realizada con los más mínimos recursos disponibles que se destacan por su originalidad e irrepetibilidad. Perrone siempre ha sido muy hermético en cuanto a su estilo de cine y receloso de intrusiones durante sus grabaciones, con lo cual el trabajo de Martín Farina (Fulboy, El Hombre de Paso Piedra, Mujer Nómade) en su nuevo documental El profes10n4l es doblemente meritorio, tanto por su valor intrínseco como el testimonio que recoge de una de las grandes incógnitas de la cinematografía local. Retratada por momentos durante los rodajes de CUMP4RSIT4 (2016) y CINICOS (2017), El profes10n4l toma el estilo mosca en la pared para recopilar todos los vicios de Perrone dentro del set, donde ejerce un control casi absoluto sobre su producción y lo que quiere plasmar en celuloide. Con métodos que ahora se podrían considerar arcaicos (conmueve la utilización de la pantalla croma) y mucho temperamento, el Perro conduce sus ideas a buen puerto, y quizás lo más destacado es saber el porqué de su recelo hacia un documental de sus making of. Perrone no esconde su mal carácter -y tampoco Farina hace la cámara a un lado- cuando las cosas no salen de acuerdo a su visión cinematográfica, y más de una vez desliza comentarios mordaces e irónicos. Nadie parece sentirse amedrentado al respecto, lo cual es destacable porque los parates entre escenas son frecuentes debido a los comentarios constantes del Perro sobre directivas a su elenco sobre cómo interactuar entre sí, un sobresaliente momento cuando le anuncian que la intermitencia de unos tubos de luz afectarán la calidad de las escenas, y otras rabietas que harán la delicia del espectador. Pero nunca hay que dejar de destacar que Farina no filma con saña para desenmascarar a un ídolo del cine independiente, sino que El profes10n4l es correr el telón misterioso y presentar el costado más humano de un gran interrogante, totalmente prolífico, que es uno de los mejores exponentes de cine autóctono, quien no parece cejar en su empeño de seguir filmando frente a toda adversidad.
Se estrenó El prof3s1on4l, la nueva película de Martín Farina que retrata la metodología de trabajo y el pensamiento del mítico Raúl Perrone. Entre seudoficciones, cortometrajes y documentales, Martín Farina se ha transformado en uno de los realizadores más perseverantes del cine nacional de los últimos años. Con un registro austero, una mirada personal que no saca juicios, sino que deja que el espectador saque sus propias conclusiones sobre el material que tiene enfrente, ha logrado estrenar 5 largometrajes en menos de 5 años, lo que es un mérito increíble teniendo en cuenta las dificultades que un cineasta atraviesa para filmar -o grabar- en este período que atraviesa el país. Pero quizás habría que buscar inspiración más allá de la voluntad propia y reconocer que, en los márgenes del cine independiente, se encuentra el verdadero cine independiente. Un cine hecho totalmente a pulmón sin presiones de grupos económicos ni empresarios, ni instituciones. Con dinero del bolsillo, alma y voluntad de acero, y sobre todo perseverancia. Así fue como José Campusano logró salir del conurbano bonaerense y llegar a concretar sus nuevas y, cada vez, más ambiciosas producciones en Estados Unidos, México o Bolivia. Y no para. Y sin embargo, el patriarca de este movimiento (y también del llamado Nuevo Cine Nacional) es Raúl Perrone que, desde 1989, no sale de su Ituzaingó natal y sigue filmando y grabando a contramano de cualquiera. Sus films han traspasado los límites bonaerenses y han sido proyectados en el exterior, siendo reconocido con numerosos premios. Pero “el Perro” sigue siendo fiel a sus ideas, convicciones y metodología de trabajo, aunque las búsquedas cinematográficas hayan cambiado: pasó de un cine realista o naturalista a una estética cada vez más expresiva o surrealista sin abandonar nunca su barrio. En definitiva, sigue fiel a sí mismo. Básicamente, El prof3s1on4l exhibe eso. Tres días de rodaje junto a Raúl Perrone, una aventura bastante osada. Farina propone un diario de detrás de escena de una de sus producciones. La cual, se puede deducir, es una nueva ficción muda que retrata el abuso a la clase obrera, al principio del siglo XX, con actores, en su mayoría, amateurs. Pero el ojo de Farina nunca abandona los ojos de Perrone, y así es como debe “aguantar” sus gritos, su carácter e histrionismo. Pero también capta el espíritu lúdico de un nene que no para de jugar y manipular sus muñecos y herramientas, para crear la historia que él quiere contar; de la forma que solo él quiere que se cuente. Porque más allá del retrato de un artista mítico de la cinematografía local, con fama de ermitaño y gruñón, es el retrato de un apasionado, profesional y cinéfilo cineasta que conoce el oficio mejor o más que ninguno que trabaje en el cine industrial y que, no por nada, tiene su propia escuela de cine. Y, sin decirlo, Farina, en esos tres días de trabajo capta esa esencia y ese profesionalismo. Así como también logra capturar con notable transparencia y honestidad, el estrés de un rodaje, los inconvenientes que pueden llegar a surgir, las discusiones, impotencias y vicisitudes de una grabación. A un lado quedan las limitaciones económicas, la discusión del material con el que se capturan las escenas. Lo que a Farina le interesa es el factor humano: la posibilidad de equivocarse, la provocación de no hacerse cargo de los errores y la carga de encontrar una solución a los contratiempos. Intimista, y sin otorgarle honores ni méritos al carácter de su protagonista, Farina contrapone momentos líricos con otros de realismo absoluto, y sin perder un punto de vista estético, prolijo e, incluso, irónico. Y por supuesto, sin perder a Perrone ni un solo minuto, generando un diálogo divertido con el objeto de documentación que rompe la cuarta pared. El prof3s1on4l, traspasa el mero documental acerca de la figura que elige retratar para instalarse como un ensayo reflexivo, y no exento de humor, sobre la pasión de grabar sin parar, el amor por el cine y la narración. Un trabajo que desborda tensión e ideas, pero aún así contiene emoción y fluidez. Que consigue, a su vez, humanizar y elevar el misticismo del gran Raúl Perrone.