Inés (Erica Rivas) se gana la vida doblando al castellano neutro películas clase B (piensen, por ejemplo, en productos japoneses pletóricos de gore y erotismo) e integra también un coro profesional. Ella está ahora en pareja con Leopoldo (Daniel Hendler), un tipo bastante posesivo y controlador con el que emprende un viaje en principio romántico (y en verdad bastante incómodo) a las zonas más turísticas de México que termina en tragedia. A partir de entonces, sus ya habituales miedos, angustias, fobias y traumas no hacen más que potenciarse y amplificarse hasta niveles tan enfermizos que empiezan a generarle una creciente escisión entre lo real y lo imaginario.
Del estrés a los desórdenes psíquicos, de las pastillas a las pesadillas recurrentes, de energías inmanejables a sonidos indescifrables y apariciones fantasmales, El prófugo -relato inspirado en la novela El mal menor, de C.E. Feiling- es un thriller psicológico cada vez más ominoso que tiene claras influencias del cine de Brian De Palma y David Cronenberg, y cierta estética del giallo (y más específicamente de la obra de Dario Argento).
La narración se va complejizando aún más en la segunda mitad con la aparición de Alberto (Nahuel Pérez Biscayart), un joven afinador de órganos en la sala donde ella canta con el coro que parece amoldarse a su particular (caótico) universo personal, el regreso de su madre (Cecilia Roth), que se instala con ella para ayudarla y contenerla; y la irrupción de varios inquietantes personajes secundarios como la Adela de Mirtha Busnelli.
El sonido (brillante trabajo de Guido Berenblum) tiene tanta o incluso por momentos más incidencia dramática que la imagen (solvente aporte de la directora de fotografía Bárbara Álvarez) en un film que en ciertos aspectos recuerda a Berberian Sound Studio, el film del inglés Peter Strickland ganador del BAFICI 2013.
El prófugo se sostiene en una zona complicada (está siempre al borde de la explotación de los elementos propios del género de terror), ya que -en vez de apelar a la manipulación emocional del espectador a fuerza de golpes de efecto- opta por la creación de climas sugerentes, la construcción de un universo íntimo e inasible dominado por una sensación de peligro latente, por una permanente desconfianza y una fuerza contagiosa y perturbadora que va contaminándolo todo. En este sentido, y tras la poco entusiasta recepción que había obtenido con Muerte en Buenos Aires, El prófugo resulta un sorprendente, auspicioso y destacable salto cualitativo en la carrera de Natalia Meta.