El cine argentino está viviendo una suerte de luna de miel con el género fantástico, territorio que –curiosamente- posee una escasa tradición en nuestro país. Esa inexperiencia se tradujo en recurrentes intentos fallidos de abordar al género, que en los últimos años ya empiezan a tomar un espesor mucho más sólido.
Aparecieron los hermanos Bogliano, Daniel De La Vega, los Onetti, Demián Rugna, Cristian Ponce, Alejandro Fadel, y una camada de cineastas que desde distintas ópticas (e incansablemente) aportan un corpus de films de terror de lo más variados, y con claros signos de maduración año tras año.
A ellos habría que sumar también el notable aporte que producen desde la rama literaria, escritoras como Mariana Enríquez y Samanta Schweblin. Hay un lazo (o lógica causal) que exige siempre la observación entre las diversas artes y en ese sentido, se da un proceso orgánico que anticipa en Argentina los tiempos del terror.
“El prófugo”, segundo largometraje de la cineasta Natalia Meta (“Muerte en Buenos Aires”), se inserta, quizás de manera un tanto más lateral y criptica, en ese listado. Una adaptación libre de la novela de C.E. Feilling, cuyo estreno estaba previsto para el año pasado (cuando compitió en el festival de Berlín), y termino postergándose por un año y medio.
Con el protagónico absoluto de la gran Érica Rivas, y las participaciones de Cecilia Roth, Daniel Hendler y Nahuel Pérez Biscayart, “El prófugo” nos narra la historia de Inés, una doblajista y cantante que, luego de unas vacaciones paradisiacas junto a su pareja, comienza a tener problemas en su voz. Conviene no adelantar demasiado de lo que sucede en “El prófugo”, porque estamos ante un film cuyo gran atractivo es precisamente la impredecibilidad.
Los hallazgos visuales y narrativos que poseía “Muerte en Buenos Aires”, se empastaban en problemas estructurales que diluían las buenas intenciones. En ese sentido, “El prófugo” representa una evolución contundente de Natalia Meta, constructora de una película notable y muy exigente.
El reino de la mente articula a “El prófugo”, no solo como idea narrativa, sino también en su relación con el espectador. Natalia Meta no regala las respuestas, pero a pesar de su maraña de conceptos, son los diálogos y detalles quienes construyen la significación.
No es una película sencilla, es cierto. Quedaran muchos afuera. Otros se enojarán. “El prófugo” se la juega (y llega lejos) en terrenos inexplorados por el cine nacional. Requiere de varios visionados que permitan configurar la totalidad de una cinta que se enlaza a través de sueños y momentos grotescos.
Natalia Meta usa la hibridez entre thriller-terror-comedia para obtener como resultado una obra extrañísima y absolutamente macabra.
Hay algo (por no decir mucho) de las emociones desplazadas de David Lynch. Escenas cuyo valor es doble, por un lado, parecieran tener un tono sarcástico, que rápidamente se transforma en extraño e incómodo dentro de su dilatación temporal.
La sensación de inseguridad que nos produce cada mirada, cada pasillo estrecho (con interiores Polanskianos que tejen la idea de espacio-mente) y una paranoia que se apropia del relato de forma extraordinaria, bajo el rostro de la siempre alucinante Érica Rivas.
“El prófugo” se puede disfrutar incluso como si fuese un drama. El de una mujer que ha perdido lo que es su herramienta de trabajo, la voz. También, es la metáfora de la violencia de género y la necesidad de hablar. Cuando no se habla, se pierde la libertad.
Meta no necesita de grandes banderas para configurar lecturas posibles. Es una obra rica en matices e ideas. Contundente, como pocas lo han sido en la historia del cine nacional fantástico.
Otro paso firme del género y, esperemos, el inicio de una sólida (y prometedora) carrera para su realizadora.