Érica Rivas es Inés, una mujer que trabaja con su voz. Cantando en un coro y doblando películas. En los primeros minutos de esta película de Natalia Meta, viaja con su novio reciente (Daniel Hendler) hacia unas vacaciones que terminan muy mal. Son unas vacaciones raras, porque ella mucho no lo soporta y parece divertirse solo después de unas copas.
Basada en la novela de culto de C.E. Feiling, El Mal Menor, de 1996 (que relanzó el sello La Bestia Equilátera), El Prófugo construye un relato que, más que terror, podría llamarse de misterio psicológico, en el que ni la protagonista ni el espectador parecen saber qué pasa. Acaso como efecto de esa vivencia traumática, a Inés empiezan a pasarle cosas raras, empezando por sus sueños.
Las pesadillas la persiguen y la medicación no logra erradicarlas. Pero sus sueños, vívidos, tienen un correlato en la vigilia, a través del sonido. Hay extraños ruidos que aparecen en sus grabaciones, y cuando canta en el coro, le sale una voz distinta, irreconocible. Otra actriz de doblaje (Mirta Busnelli) parece saber de qué se trata: son prófugos, como presencias que la habitan desde el mundo onírico. Mientras, su madre (Cecilia Roth), llega para acompañarla, aunque quizá su presencia sea menos contenedora de lo que aparenta. Por otro lado, Inés conoce a Alberto (Nahuel Pérez Biscayart), un afinador de órganos con el que tiene una conexión especial.
Intrigante, atractiva, la película avanza hacia ese terreno desconocido de la ambigüedad. Lo que le pasa a Inés puede ser tanto la profundización de una locura, o un cuadro de estrés postraumático, como una intervención de lo inexplicable en la realidad, ese prófugo que ella contiene. Hasta que cuesta distinguir realidad de imaginación, lo que está de lo que no. En una confusión que por momentos entra en unas mesetas narrativas poco lucidas, con Inés despertando asustada otra vez, u otra vez llamando a alguien (Leopoldo, Alberto, hay muchos nombres propios sonoros, en la película) en la penumbra, siempre agitada.
La penumbra, la semi oscuridad, domina una película que se anima a proponer una estética, una estilización de los interiores en que se desarrolla. Poco iluminados, semi vacíos, con vericuetos o luces de colores que emite la pantalla, o un vestido de seda turquesa. El link con Blow Out, de De Palma, viene a la cabeza enseguida, o, más acá, Berberian Sound Studio, y claramente, al giallo italiano, con esa atmósfera opresiva que acá envuelve a una mujer perturbada.